Los domingos están sobrevalorados

Sí, venga: el sol, los paseos por el Retiro, las cervezas en la terracita, la parte más alejada de la calle Fuencarral cortada para que los niños monten en bicicleta mientras los padres los persiguen con cigarros en la boca y ganas de volver a casa, el puto fútbol, ¡hoy no trabajo!, quizás una compra de última hora antes de comenzar una nueva semana de principios del otoño, aprovechar para visitar a algún familiar enterrado en lo alto del cementerio, día de pago para cruzar el estrecho en patera, ¿bombardeamos un camión de la ONU?, otro día perfecto para matar a otro negro americano, el fin de otra semana… de mierda, pero semana al fin y al cabo.

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Todo depende, por una extraña y azarosa cuestión, de la situación geográfica, de dónde hayas caído. Alguien pide ayuda por teléfono al darse cuenta de que el conductor del coche contra el que ha colisionado no respira y Pilar, que iba a recoger a los niños a casa de su ex, se pinta los labios en el retrovisor, ajena al accidente que ha tenido lugar cien metros más atrás y en plena A-6. Otro negro muerto. Cristi-ANO jugando con su hijo, al que le consiente todo, momentos antes de abandonar su casa de veinte millones de euros por dar patadas a un balón. Su cara brilla.

Los días, esa especie de representación numérica del paso del tiempo, tienen distinto valor para cada uno de nosotros. A veces deseamos que lleguen cuanto antes, que se acelere, que tengamos el poder de moldearlo a nuestro antojo y que las horas se travistan en minutos y, a poder ser, de maravillosos segundos. ¡El lunes nos vamos a República Dominicana a beber ron y tostarnos en playas color cocaína! Otros, en cambio, quisiéramos estirarlo. Anda Noe, ¡quédate un poco más conmigo en la cama! No llego, la vida no me da para más, necesito veintiséis horas para terminar esta puta presentación.

Dudo. Es domingo. El día del sol en Japón y de las bombas en Siria, un día en el que pierdes a un amigo y conoces a la mujer con la que quieres pasar el resto de tu vida y donde los nombres de las cosas no se han inventado todavía. Sobre todo, las cosas de los domingos que, definitivamente, están sobrevaloradas.

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