Llevaba ya varios años raro, siendo testigo de cómo, poco a poco, el cuerpo enviaba señales que mi hipotálamo no era capaz de descodificar, unos y ceros con forma de impulsos eléctricos que uno percibe pero no puede verbalizar.
Al principio culpé a la edad, esa cosa que de manera progresiva te obliga a hacer ruidos cada vez que te agachas a recoger algo caído o esa toalla que no acertaste a meter a la primera en la lavadora. Después fue la insistencia de mis compañeros de grupo que veían cómo los trajes y las corbatas eran sustituidos por pendientes a lo George Michael y camisetas de «maltratadores de mujeres» (así las llaman en USA). Pero ayer, en el momento en que introducía en mi boca un largo y suculento espagueti con trozos de atún al tiempo que respiraba, le daba caña al corazón, percibía el aire colándose por la ventana y miraba de reojo la tele, le vi.
Aparecía junto a una mujer (asumo que era guapísima porque en este tipo de anuncios no hay feos) que no era más que un espectro al lado de este hombre. Su piel curtida por el sol UVA de Sicilia, esos ojos azul Islas Marquesas a las doce después del meridiano, los pechos duros y redondos con pelos en los poros adecuados, la cabellera ligeramente en curva sobre una frente despejada que te obliga a admirar sin pestañear lo que miras, los dientes sosteniendo los labios de la modelo, un David de Gandy... lo supe.
Me gustan los hombres. Y al igual que en su día Ricky Martin lo confesó públicamente y su carrera se fue al retrete, quería seguir sus pasos palante y decir bien alto que si el hecho de que David sea la criatura viva más fascinante del planteta, una gacela dama entre paquidermos y Youtubers, me convierte en un homosexual atrapado en el cuerpo de un hetero, debemos hacer todo lo posible por eliminar esas palabras que no hacen más que limitar lo que podemos llegar a ser y simplemente dejar de tener miedo a la hora de sentir porque esto es, al fin y al cabo, lo único que merece la pena del hecho de estar vivos y empalmados. David, I want to Fuck you.