Es de noche y la calle Pez es un torbellino de luces de neón con forma de hamburguesa, cervezas demasiado caras y nacidos en Coín (Málaga) pero residentes en pisos pequeños de Malasaña que podrían pasar por extranjeros (por lo de modernos y a la vanguardia de la moda). Es martes. Me detengo frente a uno de esos locales con olor a indeterminación que te hacen sentirte como en casa pero no y escucho las diferentes conversaciones que suceden a mi alrededor de manera simultánea: el mundo se ha detenido. No hay fútbol, ni políticos codiciosos, ni un presidente en los Estados Unidos que representa todo lo que un ser humano no debería ser y por eso es el que manda, ni desempleo y mucho menos otoño, porque como he dicho, ni siquiera el sol se atreve a moverse de su eje por miedo a que le llamen independiente o cosas peores…
Acentos americanos, argentinos, gallegos, vaticanos…da igual. El debate se ha polarizado de una manera dramática. El ruido pronuncia las eles como Joan Tardá aunque proceda de Texas. Se folla menos o por lo menos se habla menos de ello. El inflexible NO parece que cecea.Y uno, que es de Segovia pero podría haber nacido en Codorniz aunque se sienta un poco parisino a veces, un poco de Bricklane otras, se tapa los oídos imitando a un vórtice y mira al cielo para librarse de los asuntos telúricos y encuentra banderas en los balcones. Y es en ese preciso momento cuando añoro las panderetas.
Sí. Podíamos ser un poco palurdos, de golondrinas y terrazas, de mediterráneo y sobremesa, de toros y sevillanas, pero al menos sentíamos menos mala hostia. Que nos devuelvan la vida ya, joder. Y la sonrisa.