Máster: curso de especialización en una determinada materia, generalmente dirigido a estudiantes de tercer ciclo universitario. Por estudiantes entendemos seres humanos.
Con lo ocurrido en la Universidad Rey Juan Carlos (el nombre de la institución nos trae malos recuerdos) y el supuesto título «fantasma» obtenido por la muy real Cristina Cifuentes hemos sido testigos de las costuras del poder, de las «extrañas» influencias y de un fenómeno paranormal que se rige por una cadena de mando invisible, espectral, con la forma de una sábana incorpórea que se despliega desde el director del Máster y sus discípulas, Enrique Álvarez y ¡ah, esas misteriosas criaturas!, pasando por Javier Ramos, el rector, y los cargos del PP que ocupan sus puestos en el partido, que toman decisiones, que comen en la cantina y van a la peluquería pero luego no figuran en ningún lado y cuando lo hacen se convierten en siglas y puntos que coinciden con las primeras letras de sus nombres pero claro, eso no tiene ninguna explicación porque todo es mentira menos algunas cosas.
Fantasma: ser irreal que se imagina o se sueña.
Y el grito fantasmagórico se traslada a la calle imitando el vuelo de una gaviota y los ciudadanos asistimos a una trama en la que somos plenamente conscientes de lo fieramente humanos que podemos llegar a ser porque nosotros sí pagamos nuestros estudios y debemos entregar y defender el trabajo de fin de Máster ante un tribunal conformado por personas de carne y hueso que te miran a los ojos, beben su agua a sorbitos pequeños y a veces no pestañean.
Ira: sentimiento de enfado muy grande y violento.
Así es. Los ciudadanos la sentimos, algo se rompe en nuestro interior y nos imaginamos en la Plaza de la Villa, reunidos bajo una lluvia que no cesa, cataratas verticales que nos entran por los ojos, con nuestros hijos en brazos y los pies empapados, juntos para entrar en calor y disfrutar del espectáculo en el que esta señora vestida de azul cielo, Cristina, asciende por las escaleras del cadalso, clama por su inocencia y la de los suyos, manos invisibles que falsificaron, borraron y crearon expedientes, e intenta alzarse por encima del murmullo de la muchedumbre que grita enfervorizada que esto ha sido demasiado y que para que las cosas cambien algunos tienen que caer.
Y la soga se ajusta alrededor de su fino cuello y de repente, esta señora, su vestido y sus pendientes, toda ella, entera, se evapora dejando un humo en su lugar que desaparece bajo la tormenta. En realidad ella nunca estuvo allí. Y nosotros tampoco.