Te colocan una luz brillante frente a la cara mientras que el resto de la habitación permanece sumida en una oscuridad espesa, rara, casi corpórea.
¿Por qué tengo que elegir un recuerdo de toda una vida? ¿Por qué?
Nadie te da una respuesta convincente pero es así. La luz continúa brillando y ahora puedes sentir el calor en la cara. Solo recuerda, trata de recordar ese momento único.
¿Cual sería? ¿Cual de todos los recuerdos que habitan en ti destacarías por encima del resto?
Sería la mañana en que te pusieron en los brazos esa criatura que llevaste dentro durante nueve meses, con ese olor mezcla de jabón y piel, o tal vez ese momento en que atravesaste aquel jardín perdido, el vuestro, vestida con un vestido blanco, fino, casi transparente y buscasteis el lugar perfecto para despediros del sol de la tarde, el mismo que os tocaba la cara sin rozaros…No, quizás sería la comida de tu madre humeando sobre el fuego mientras tú te escondías bajo la mesa, la misma comida que las noches en que las que la fiebre te consumía te sabía distinta, una mezcla de amor y arroz blanco entre los dientes que conseguía, durante unos segundos, reconfortarte y reclamar como tuyos todos los miembros de un cuerpo en ebullición. Ya por la mañana todo era distinto.
¿Por qué me resulta tan difícil elegir solo uno?
Quizás fue el viaje a Patagonia, el recorrido en moto por las orillas de Formentera o la fiesta que organizasteis en el coche de aquel parking silencioso, de un color verdoso tirando a diamante semienterrado.
Da igual. Sea el que sea, en ese recuerdo especial y sin foto no estarás solo, lo que te lleva a admitir que la memoria, amiga íntima del olvido, esa ventana a alguna parte, solo se mantiene en ti si es compartida, si es un sueño vivido.
Y os pregunto a vosotros, sombras, cuerpos sin caras, vidas en continuo movimiento hacia delante: ¿cual es el vuestro? ¡Recordad!