El mejor solista, el emperador tímido, el mejor a secas, pero al mismo tiempo el más humilde, pequeñito, muy pálido muy pálido, tanto como la leche de almendras, de pelo finito y sonrisa fugitiva, al que todos lo rivales rodean en manada por miedo a que haga algo extraño con un balón que parece una zapatilla que rueda, al que España nombró su hijo predilecto por meter un gol, dedicarle otros a compañeros fallecidos en trágicas circunstancias y bordar una estrella en el pecho de la camiseta roja, el que vende vino púrpura a espuertas y coloca Fuentealbilla en la Quinta Avenida… (tomo aire). Y además felicita al Madrid y rescinde su contrato con el Barcelona porque ve que no está al nivel que él espera de sí mismo —ante todo uno debe de ser honesto y sobre todo con los que han depositado la confianza en ti—, el Anti-Cristiano, el último héroe español, la bandurria eléctrica, el conductor de la locomotora dorada, el único futbolista que no lleva tatuajes ni luce relojes del diámetro del sol y que no desaparece de la vista de los flashes apretando el acelerador de un coche cuyo P.V.P. equivale a la mensualidad de 120 empleados del Eroski de Vallecas (guardias de seguridad no incluidos).
Porque si los ídolos son casi siempre soberbios, sobredosis humanas de egos ciclados, globos aerostáticos, huesos finos en suspensión con el aspecto de un modelo de calzoncillos, pelos Pantene, cuerpos como las cordilleras del Himalaya, decoradores del salón de la Torre Trump, raperas y regetoneras, tuvo que venir Andrés (que parecía recién salido del despacho 509 del Ministerio de Fomento una mañana de otoño ventoso) moviéndose sobre las escaleras mecánicas del Corte Inglés como si fueran césped al ritmo de la Novena de Beethoven para acabar, él solo, con todas nuestras esperanzas de enviar la normalidad a la mierda.
Inadmisible, perverso, un flaco favor a la civilización del 5G, a las películas del hijo del dios del trueno y a aquellos que esperan la venida de un salvador que entre por la ventana de la cocina, levante el brazo derecho, extienda el dedo índice en dirección al cielo y deje a todas las mujeres embarazadas. Hasta los huevos de Robe Iniesta.