«Si España es mi madre yo soy un hijo de puta»

La frase no es mía, no. Yo ni siquiera contaba con seis meses de vida el día en que Suso Vaamonde tuvo la ocurrencia de incluir una cuchilla de afeitar entre la arena de una canción popular que acabaría costándole seis años y un día de cárcel (bonito número) por injurias a la la Patria con publicidad. Porque ya se sabe que hay ciertas cosas  intocables.

La cuestión es que la historia se repite y de nuevo —como si 39 años no hubieran sido suficientes para pasar página y aceptar que todo, y cuando digo todo incluyo a la muerte y a su novio— nos encontramos con los mismos escollos, las mismas vacas sagradas en un país aconfesional por obra y gracia de la Constitución-Frankentein, las mismas condenas ante los mismos hechos, pero menos pixelados por el paso del tiempo, los mismos Susos transformados en Valtónycs.

Porque, ¿qué significa la palabra patria en un país como España? ¿A qué nos referimos cuando decimos que somos españoles? ¿A que nos gustan los toros, que somos del Real Madrid y hemos nacido en un lugar separado de Francia por los Pirineos y de Marruecos por una enorme balsa de agua? ¿Y dónde está la línea visible en los mapas pero invisible al ser atravesada a pie, la misma que delimita el territorio portugués del resto, extensión de tierra ocupada por personas de altura media aficionadas a pasar el verano en playas y terrazas?

Cada vez es más evidente, no porque yo lo crea sino porque el mundo ya no es tal y como era o como les gustaría a muchos que fuera, que España es como esos recuerdos de infancia que parecen reales por la cantidad de veces que los evocamos, postales mentales que no significan nada para nadie excepto para nosotros por la sencilla razón de que ese lugar ya no existe y se ha convertido en un solar repleto de hierbajos, frecuentado por perros callejeros que se cagan y se mean por sus esquinas, una idea que cambia en función del que la observa, una madre sin hijos, unos hijos con padres perdidos y por lo tanto una simple circunstancia.

Quizás lo mejor sería que España fuera ese lugar en el mundo donde las putas, las madres, los niños que juegan, las canciones, las lágrimas y la libertad de expresión, los que no quieren estar, todos ellos, tuvieran cabida en un espacio suspendido en el tiempo en el que soñar no sea un invento americano ni la patria una patente de Franco. Eso, dejémoslo en un lugar en el mundo…

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