El amor ni se crea ni se destruye, solo se transforma

Al principio ella sonreía a pesar de ser muda. Él no paraba de hablar a pesar de ser sordo. Los dos compartían el mismo espacio, una pequeña y vetusta baldosa en una ciudad cualquiera, como cualquiera puede ser a veces el mundo en el que vivimos.

Ella le miraba, él respondía con un sí, y los dos comían aquello que crecía al borde del camino, el mismo que lentamente recorrían porque mejor compartir lo que pasa tan deprisa a nuestro lado, aunque no seamos capaces de guardarlo en la retina, ¿verdad?

Y nadie entendía que pudieran estar juntos y sin embargo ellos no parecían salir de entre sus brazos, de sus caricias convertidas en noches de verano, de sus orgasmos amontonados sobre el colchón y contabilizados con imanes sobre la nevera: tres, a veces cuatro, y cuando llovía hasta cinco y medio.

Poco a poco —al ritmo al que los cascotes polares terminan convertidos en agua de piscina-—, ella fue recuperando su capacidad para juntar las vocales y las consonantes, y él percibía el sonido de su hijo al crecer, el ruido de cereales entre los dientes, las pisadas de ella en mitad de la noche.

Por fin, lo que no existía a su alrededor se transformó en una sombra, y después en un cuerpo, y más tarde en bocas que nunca llegaron a entender como podían haber estado juntos tanto tiempo.

Ella chilló, él interceptó el grito, ella dio un portazo con sus dientes y él escuchó el ruido del mar, lejano, repleto de peces y de vidas posibles lejos de la baldosa, la suya, de esta tierra demasiado grande para dos.

Alguien los vio sentados por última vez cerca de la playa. De espaldas. Ella cerca de él pero sin llegar a tocarle, él demasiado lejos para estar allí. Juntos vieron salir las estrellas y recordaron sus vidas pasadas, su vida en común, su amor. Juntos vieron un corazón descender desde el cielo iluminado, atravesar en llamas las capas más altas de la atmósfera hasta aterrizar en el hueco de su pecho.

Sigue latiendo y sin embargo nunca le habla a ella, nunca le escucha a él. Qué cosas…

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