La guerra contra las drogas es sin duda uno de los mayores atropellos contra la libertad individual que se recuerden en la historia de la humanidad, sobre todo porque responde a una lógica difícil de comprender: el alcohol y el tabaco son legales y sin embargo están gravados al 40% el primero y al 80% el segundo, un detalle de gran importancia que no parece disuadir su consumo indiscriminado, incluso entre menores que se ponen hasta el culo de ambos —sin olvidar un gramito de M — dejando la plaza de 2 de mayo igual que el día de los fusilamientos.
Pero, ¿qué ocurriría si en España se legalizara el consumo de marihuana? Para empezar, sería un drama para los camellos de clase baja y los chinos, currelas de lunes a viernes con un suplemento mensual de plantación casera que verían como las grandes superficies de distribución de esta prodigiosa planta, prima hermana del orégano y cuya venta en forma de semillas es legal, se hacen con un negocio valorado en 1500 millones de euros (legales).
En segundo lugar, Pablo Casado sufriría un ataque de ansiedad al imaginar su hispánico país lleno de hippies de palo y youtubers rememorando el verano del 67, y Rivera se frotaría las manos porque por fin podría sujetar sus subidones de temperatura corporal. En cuanto a Iglesias ya dijo que «nos convendría ser los primeros en regularizar su venta», y así ser los primeros en algo. Sánchez estaría jugando al baloncesto…
En tercer lugar, nos calmaríamos muchísimo. Dejaríamos de perder el tiempo en absurdas polémicas sobre la palabra «mariconez» en la letra de una canción, en la pelea de las banderitas rojas, amarillas, o rojas, amarillas y rojas, nos olvidaríamos de lo políticamente correcto, del dolor y el tamaño de nuestro pene, y asignaríamos el lugar que le corresponde al peso que cargamos a nuestras espaldas, a veces molesto pero que podemos aliviar siendo dueños de una voluntad autónoma y madura, parando, apagando la luz, encendiendo el canuto, aspirando ese humo viscoso y sonriendo:
¿Es la marihuana adictiva? Sí, en el sentido en que la mayoría de las cosas placenteras en esta vida merecen la pena… repetirse.