Los episodios de verano: Yihad marítima

Hombros a la altura de mis codos. Cabeza sobre la toalla. Ojos cerrados. Cuatro Estrellas (de Galicia, la otra es mierda), dos docenas de sardinas y una de pulpo en el estómago. Ligero mareo. Mariposas en las cuencas de los ojos. Se apaga el mundo. Sucede así:

Benidorm. Hora punta. Ochos bañistas por metro cuadrado. Sombrillas de colores variados a modo de caleidoscopios y para-rayos clavadas en arena oculta por pieles rojas, «encremadas» y ligeramente pochas a causa de la edad. Los niños juegan en la orilla. Los maridos miran a las que no son sus mujeres que, ajenas a esa infidelidad que tiene lugar en los cerebros de los varones, hunden sus narices en revistas del corazón con aroma marino.

Alejandro está de turno de mañana, el más conflictivo por aquello de la frecuentación. Lo hace porque le gusta nadar y necesita el dinero para costearse la carrera de educación física pero preferiría estar en casa disfrutando de vídeos de Amarma Miller. El sueldo de un socorrista es una mierda. Resguardado del sol bajo la caseta de madera mira directo al horizonte, en cuya línea horizontal -mitad agua.mitad cielo- rebota el sol que hoy brilla con la fuerza del generador principal de la central activa de Vandellós II. Tiene buena vista y distingue un punto negro y blanco que se acerca a toda hostia en dirección a la playa. Se coloca los prismáticos delante de los ojos y los regula con pequeños movimientos oscilatorios que le marcan los bíceps y las dorsales. Está buenísimo.

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El punto se hace progresivamente más y más grande hasta que Alejandro, que abre y cierra los párpados para enfocar aún mejor: pues, si su vista de lince no le traiciona se trata de un tío con barba, turbante, nariz de buitre, un suriyah navy blue y lo que parece un Avtomat Kalashnikov anudado a la espalda que conduce una moto de agua mientras hace gestos con la boca y la baba se confunde con la espuma del mar. No puede ser: ¿qué coño hace?

Alejandro piensa que lo mejor es avisar por teléfono pero, ¿qué es lo que podría decir?¿Que un tío en moto  va como un loco en dirección a quince mil bañistas que disfrutan de un merecido descanso estival?

Alejandro, Alex para los amigos, se da cuenta de que no es el único que se ha dado cuenta de la presencia de este tío. Murmullo. Dedos que señalan por encima de la cabeza. Y no hay bolardos, ni cadáveres de cerdos colgados sobre las boyas que delimitan el perímetro de la zona de baño y tampoco puede pedir ayuda a Antonio, francotirador subcontratado a tiempo parcial por Adecco, que está en su media hora de comida. No le queda más alternativa que hacer una cosa: correr, porque (tiene un don para el cálculo y la trigonometría) de lo contrario, un vehículo acelerando a tope a cuarenta millas náuticas, llegando a la orilla más bien pasado y desplazándose en diagonal por la playa de Benidorm en dirección al chiringuito en el nombre de algún dios con forma de tetas y sabor a té verde con azúcar solo significa una cosa: problemas.

Abro los ojos. Me he vuelto a quedar dormido. No era un sueño: he predicho el futuro del estío de la humanidad.