¡Extra, extra! ¡Acaban de abrir un club de pajas en Madrid y por grupos, una hermandad fálica, democrática y no discriminatoria! Todos son bienvenidos a cambio de una membresía y respetar el código deontológico: prohibido golpes de calor por debajo de la cintura e introducir. Así es, las pajas son ocio y esparcimiento desde la prehistoria, una forma líquida de conocer gente y crear vínculos que nada tiene que ver con el sexo. Y añado, hay más erótica en el café con leche acompañado de churros que en la calle Sierra de Alto de León, epicentro de un mundo de hombres que copia nuestra infancia, o al menos la de una generación muy pajillera en el buen sentido del orgasmo.
Las buenas costumbres se han perdido y ahora la masturbación es cosa de uno y un móvil, dos como mucho y qué pereza. Sin embargo, hubo un tiempo en el que los amigos hacíamos melés alrededor de un «Private» con las hojas pegadas, la party comenzaba en el salón de Juan con una película porno muy alta y el juego de la galleta sustituía la merienda de los campeones. Es más, si no había plazas —algunas tardes aquello parecía el cine de verano— siempre se recurría al amigo cuentacuentos, el mismo que aprovechaba su talento para gozar y gozarse. Vamos, lo mismo sin cuotas ni cuestionar la orientación de nadie, puro amor y gracias, Pablo.
Así son las cosas del capitalismo y la modernidad, sistemas y ficciones donde un acto diario —a veces caen dos o tres— pretende adquirir cierta trascendencia. El resultado viene envuelto en un charquito de nostalgia y gotas en el calzoncillo, como si lo vivido se tratara de un sueño húmedo y el presente un día a día seco. Por esa razón quiero romper una lanza por las que nos hicimos juntos, la mejor forma de conocernos y quedarnos ciegos, un invento que no podrán arrebatarnos nunca porque congrega en una mano la física de estar vivos, «el sexo con alguien que amas y te ama». ¡Pajas de calidad y gratuitas siempre!
