Como procede en estos casos hay que felicitar al vencedor. De una forma apabullante, el PP ha confirmado que Madrid es su coto hostelero al fondo a la derecha, centro del neoliberalismo más trumpista y un ocio que alcanza el estatus de negocio 24/7 con 15.000 muertos en su haber. Porque así se las gastan por aquí mientras sus votantes ignoran el programa, pero disfrutan del bien más preciado del hombre: la espuma de una caña bien tirada.
De la razón y la mesura sólo cabe añadir que dan malos resultados electorales; el alma y la verdad resultan irrelevantes frente a la bilis, y la dignidad de la derrota escuece tanto como una almorrana. Nos queda un consuelo: por fin Pablo Iglesias dejará de ser origen capilar de todos los males que asolan España.
Es en momentos así cuando uno piensa en cambiar de ciudad, comprarse unas chirucas e intercambiar polución por polen, tíos que corren por el carril bici por culebras, fiesta por patata con sabor a patata. La idea se me quita rápidamente de la cabeza al darme cuenta de que, por una vez, los perdedores son jueces y los que celebran, los acusados. Nos vemos en 2023.