Eso que me recuerda a ella

No puedo elegir mis recuerdos. Algunos duelen. Otros son suaves, traen paraísos perdidos y un verano. Entre todos los recuerdos hay algunos recurrentes que siguen siendo vida, aunque esa vida exista en otra parte. Los más intensos tienen que ver con ella. La recuerdo en el pelo hasta la cintura de mujeres caminando por delante de mi. También en un cigarro entre dos dedos, el aire y el humo, en los abrigos rojos, en una caricia sin apenas ruido. Es posible empeñarse en querer a alguien. Es imposible querer olvidar cuando el recuerdo da sentido al mundo. Soy yo el que gira y gira y gira.

Al principio, luchaba contra mi memoria. Se supone que para levantarte debes borrar al otro, dibujar un nuevo contorno al que añadir colores, formas y hasta una sombra. Pero es mentira. La única manera de encarar lo próximo se construye con restos del pasado. ¿Cómo es posible florecer sin otras estaciones cálidas? Los ausentes nunca dejan de latir. Los recuerdos detienen el tiempo. Nosotros en medio. Al fondo, el cielo con su abismo.

Nunca dejaré de recordarla. Sin embargo, puede que la olvide. Me acuerdo del sonido de su risa, de sus andares ebrios, de su forma de dar las gracias con cada respiración. Poco a poco, la ausencia es casi un juego. A veces está, otras veces me roza. Primero dejé de llorar. Luego, los sueños fueron desapareciendo. Algunos días, ella me trae un ramo de tristeza. Otros, petunias, geranios y prímulas. Me va a acercado al mar. Encontraré mi reflejo en la corriente de los peces. Será por ella.

Ilustración: Choi Haeryung

De la inutilidad de los hombres

El cine como revelación. Parece que necesitemos mirar una pantalla para ver la realidad. Toda la vida entre hombres, hombres cargando con el peso del mundo, hombres que hablan alto, hombres que se cagan en Dios, hombres y más hombres. Pues bien, en «Cinco lobitos», lejos de Madrid y más cerca del mar, sin juicios ni señalamientos, se obra un milagro cotidiano: los hombres, en general, son unos inútiles.

Entiéndase inutilidad como cualidad de lo inútil, talento para parecer un mueble dentro de casa. Porque los hombres han dado forma a un mundo parido por mujeres, una obviedad que muchos olvidan. Ellas, jóvenes y viejas, preparan la comida y dan de mamar, tejen vínculos, asumen la pérdida de sus carreras en un gesto de amor tan fiero como humano. Por supuesto, se trata de una decisión consciente. Quizás, por esa razón, ellos prefieren ausentarse. Las tareas nunca tuvieron género. Y, sin embargo, lo tienen.

Hay hombres que colaboran, aunque lo intentan menos. Se retratan al caminar alrededor del parque empujando el carrito con desgana. Al llegar a casa, entregan el paquete sabiendo que hay una madre agotada al otro lado. Los niños están hartos de explicarles las cosas a los hombres. Por eso lloran. Todavía hay hombres que no son padres a pesar de tener hijos y, algún día, habrá madres con la ayuda de hombres llamados padres. Entonces, una película tan maravillosa ya no será tan necesaria.

Esos hombres que lo explican todo

El amor siempre sirvió para entender este y cualquier otro mundo. En cambio, son hombres los que se empeñan en explicar cosas, todo el tiempo, también cuando nadie les pide que lo hagan. No pueden evitarlo. Ellos, señores todos, preguntan sabiendo la respuesta, como si el uso de interrogativas en su boca fuese la excusa para demostrar lo que dominan y saben de memoria. A fin de cuentas, este es un mundo de hombres que lo explican todo. Y así va.

Porque a esos hombres que lo explican todo les cuesta reconocer, primero, que sus explicaciones no hacen falta. Segundo, y en otro rango, que lo que le importa a la mayoría —más allá de tendencias y afters— está sujeto a la ley del orden y el desorden. Entonces, bajo una luz como pintada, siempre aparece un tío con jersey de cuello alto que pretende darle sentido a la existencia. Él sabe de esto, mucho, pero mucho se equivoca el que cree que las palabras sirven para algo. Quizás para decorar la noche con estrellas.

Hay menos mujeres que lo explican todo. O al menos son discretas en su intento de demostrar nuestra falta de adaptación al medio. Puede que sea un problema espacial, puede ser por culpa de los hombres. Decía un pintor con bigote que «el trabajo de un hombre es la explicación del hombre», una frase certera y también triste. En 2023 parece preferible una mala explicación que no dar ninguna, lo que nos induce a un error de género. Entonces regresa el amor para salvar el mundo. Lo hace siempre, con un silencio que lo explica todo.

Ilustración: Alex Colville

La chica de la pierna biónica

La busco cada día entre estrépitos de pesas contra el tartán y ese olor a piscina de la piel sudada. En el gimnasio sólo hay hueco para ella, y mis pectorales, claro. Chica de treinta o alguno menos, da igual, pelo de sauce regado hasta unos hombros recios por encima del tejido Thinsulate ™. En la intersección de la camiseta sin mangas, escápula y trapecio, sus alas rojas, marcas derivadas del buen uso de los aparatos. Rutina de gladiadora, viene a eso, a enfrentarse a los leones. De ahí que cuando se gira a beber agua, mi mirada de pervertido o escritor —son sinónimos— se pierde en su culo-diamante, más redondo que la Tierra vista con un catalejo, inalcanzable. Luego está su pierna biónica, la razón por la que siento algo parecido al amor, también deseo.

Y es que observarla tiene algo de fantasía ciborg fieramente humana, como si la falta de un miembro fuera la última pieza del puzzle de esa plenitud física que anhelo. Ella no oculta su exoesqueleto de aluminio con un taco de madera en lo que sería el pie, ahora unas Nike caras. Al contrario, lo muestra con naturalidad, casi orgullo, y el resto ignora la otra pierna, trabajada, de carne y rotundo hueso y, sin embargo, lejos de la perfección de la tragedia convertida en punto de apoyo, ventrículo de la física mecánica.

Así uno olvida la separación y se concentra en los logros de la ausencia. La máscara de la chica del gimnasio es un alma al aire que nos da la pista para encontrar belleza en todas partes, también en los miembros amputados, en la vulnerabilidad como origen de todo lo visible y lo invisible. Resulta que las extremidades omitidas e incompletas son marca de la casa, incluso para los que poseen todos los órganos. ¿Defectos? Sólo la imperfección del que mira sin mirar. Y ella se aleja, inasequible, corriendo a toda hostia.

Ilustración: Guy Billout

Un 8M raro, nuevo

Ayer, Día Internacional de la mujer, sucedió algo raro, nuevo. Y recalco que se trata de mí y mi circunstancia, aunque pueda compartirse. En lugar de sumarme a las manifestaciones callejeras o en Internet, dudé. Primero por ser un intruso en el día de ellas y Roy Galán. Segundos más tarde, pensé que no colgar una bandera morada, verde y rosa en el balcón de mi perfil me convertía en enemigo de la igualdad de género, precisamente algo contra lo que me rebelo desde mi privilegio de tío que asiste a una revolución sin sangre, internacionalista y para todos. Entonces pensé en las grietas. Siempre surgen para dejar pasar la luz.

Algo está ocurriendo en los márgenes de lo invisible si el 8 de marzo nos empuja a una reflexión ligada a nuestra esencia de humanos empeñados en hacerse daño. Porque hablar de feminismo no consiste en hablar de mujeres, sino que implica señalar el día a día de un orden económico patriarcal a la deriva, hablar de cómo esta fuerza, percibida por muchos como amenaza, aspira al verdadero cambio. Y a los cambios siempre se adhiere la duda, precisamente porque nadie hace pie en lo desconocido. O eso quiero creer porque será mejor. Y útil.

Queda claro que esta nueva senda la construyen ellas solas, aunque podemos estar para fregar el suelo. Podrán equivocarse mejor, dar pasos en falso, nunca hacia atrás, pero este tren no lo para nadie ya que plantea una vida propia y al margen de la ya vivida. Esa autonomía que tanto nos asusta a los hombres es la clave para materializar una utopía con forma de libertad libre. De ahí que hoy mañana y el resto del año celebre un 8M raro, nuevo.

Ilustración: https://www.onlyjoke.com

Scarlett Johansson

En Manhattan, Nueva York. Hace 37 años. Así que felicidades, Scarlett. Desde entonces te hemos escuchado crecer, también visto y adorado. Sobre todo esto último. Porque algunas veces —normalmente cada siglo— aparece una actriz que encarna a todas las mujeres en una, como si de alguna forma extraña los personajes confluyeran en una boca, y por ende en las fantasías nunca resueltas de hombres y mujeres. Y es que los primeros quieren ser como ella para saber cómo se sienten siendo diosas y las segundas aborrecen los cuentos de hadas, aunque ella exista.

Esto en lo que se refiere a lo que brilla. En el recuerdo y los fotogramas queda la mocosa con ojeras, la de la perla y otras piedras de olor, el punto de partido y su revolcón entre trigales, las luces de Tokio en aquella pupila con vistas a la soledad, su voz de autómata rota sacando a Joaquin Phoenix de la tristeza en línea… en definitiva, toda una vida vivida a través de sus ojos y los de los espectadores clavados en ella.

Resulta que hay actrices así, concebidas por una mente superior que, con el empujón de la genética, resultan convincentes interpretando a la Rebecca de «Ghost World» y a una superheroína de gatillo fácil. Da igual, siempre interesante, un poco de periferia, inalcanzable. En ese sueño que es el cine imagino que le rozo un hombro en un descuido, que ella ignora el gesto culpable y se aleja caminando por una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, dejando tras de sí una bandada de pétalos. Quizás algún día… y por eso hoy cumple años. Lo sé, no es el regalo que querrías, tú eres el mío, el nuestro. Happy birthday, Escarlata.

Pezones

En pleno proceso de «normalización» de las identidades de género resulta difícil entender por qué los pezones masculinos y femeninos siguen recibiendo un tratamiento desigual en las redes sociales, es decir, en el mundo real. Vistos de cerca, más o menos a la distancia recomendada para chupar, nadie es capaz de distinguirlos. A pesar de compartir forma plana, invertida, clara, más negra, puntiaguda y asimétrica —tantos como personas pueblan la Tierra-teta—, los de ellas se cubren con una estrella, una letra escarlata o un trozo de cinta americana. En cambio, ellos los lucen en libertad, por pares. Queda claro el mensaje: terminantemente prohibido que las mujeres exciten a los hombres (como si esa fuera su intención) en lugar de recordar a los hombres que se comporten cuando vean uno o dos.

Con la polémica del cartel de la nueva película de ese genio de la promoción apellidado Almodovar regresan los viejos fantasmas empeñados en impedir el disfrute del cuerpo como defecto y en un marco que convierte cada poro de piel en objeto pero que, paradójicamente, permite mostrar pezón acompañado de un bebé con hambre o una mastectomía. La soledad de esta protuberancia implica que todavía, con una nueva ola de calor incendiario, seguimos empeñados en aunar desnudos y sexo.

El pie de foto de las políticas de Instagram o Facebook proclama que lo hacen para proteger a las mujeres, cuando en realidad alimenta el tabú y los fetiches en torno a una aureola. La pregunta que debemos hacernos, en un convento o una playa nudista, va más en la línea de saber si es posible lograr la igualdad social si todavía existe discriminación entre pezones. Al final y como siempre, la censura existe porque algunos siguen haciéndose ricos con ella. Nos queda el consuelo de saber que «no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedan imponer a la libertad de nuestras mentes».

Ilustración: Marco Melgrati

Cuando te gusta alguien que te cae mal

Pasa mucho. De pronto, conoces a alguien que te hace perder la cabeza. Es mirarle y te pones como una moto de polígono, física y química nuclear a punto de caramelo, y claro, boca, subconsciente y genitales necesitan echarle un polvo salvaje que genere el hongo de Hiroshima en La Mancha. El único detalle es que te cae mal. No sólo eso; te parece gilipollas, insoportable. De hecho, jamás se te pasó por la cabeza acercarte a un tío así ni por asomo. ¡Aj! Representa la reacción a todas tus aciones, lo contrario de lo que quieres ser. Y ahí estás, tumbada en la cama junto a ese desafío, fruta prohibida invadida por gusanos… y ya estás lista para echar otro, y otro, y otro. ¡Qué asco, pero qué rico!

Hace tiempo que la ciencia estudia este fenómeno de andar por casa (en pelotas). Los hombres con personalidad más desagradable, extrovertida y que optan por cambiar de pareja cada dos días suelen ser los mas codiciados. La razón se resume en la curiosidad por lo desconocido y el odio, el mejor catalizador para que el sexo trascienda el intercambio de fluidos y bombee litros de hormonas y azotes por todo el cuerpo. Ojo, nada que ver con amar.

Así surge una forma de rencor, un odio pasivo que explota al roce porque ese tipo de sentimiento, aunque sea turbio, concentra una forma de conexión a la que resulta imposible resistirse, formas crueles de alcanzar aspectos de tu personalidad que permanecen enjaulados o en hibernación y, sin embargo, te representan. Y mucho. Lo más curioso de todo este despliegue de fuegos artificiales, cohetes despegando y aspersores a la máxima potencia es que terminan hundiéndote, incluso por debajo del tío en cuestión. Cosas de los humanos.

Ilustración: http://www.championdontstop.com

¿Todavía no sabes por qué se celebra el 8M?

Todo comenzó con un «y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, el cual comió así como ella». Y a partir de ahí, tres pasos por detrás. Nefertiti trastorna a Akenatón; la reina de Saba pone en duda los dones del rey Salomón y va en busca del oro y sus ovejas; Aspasia de Mileto construye Atenas junto a Pericles pero se olvidan de incluirla en la placa conmemorativa; Cleopatra era la víbora que picó a César y Marco Antonio; Agripina se deshace de su marido para entronizar al pirómano Nerón. Y se señala a Pandora y su afición por las cajas de muerte y destrucción, a las sirenas y las mujeres de los deportistas cuando corren menos, a la Helena de Troya de las guerras en nombre del amor, a Melibea incitando a Calisto a hacer el mal…

¿Quién se acuerda de Emmeline Pankhurst, Ada Lovelace, Rosalind Franklin y Mary Wollstonecraft? La primera se empeñó en votar, Ada programó la máquina calculadora allá por 1842, la tercera fue pionera en el estudio del ADN y Mary se atrevió a dejar por escrito que «las mujeres no son inferiores al hombre por naturaleza sino porque no reciben la misma educación». ¿Y cuántos anónimos son mujeres? Jean Austen firmó «Sentido y sensibilidad» como By a lady, «Cumbres borrascosas» lo escriben Currer, Ellis y Acton Bell en nombre de las hermanas Brontë. Y por supuesto, la culpa de todo la tienen Yoko Ono y Corinna.

En el 2021 están cansadas de volver a casa con miedo, de ser juzgadas por querer una carrera profesional además de tener hijos y otro trabajo en casa, de ser consideradas una amenaza por atreverse a decir «no» y «yo también», de ser tildadas de violentas al proclamar el feminismo como alternativa al capital, de esos «esa es puta-puta, seguro» en la alfombra roja y las aceras, de ser acuchilladas. Si con todas estas razones sigues sin entender que cada 8 de marzo se celebre el «Día Internacional de la mujer», entonces eres el ejemplo perfecto del que ostenta un privilegio y aún no lo sabe. En realidad, todos los días lo son.

Ilustración basada en fotografía de Francesca Tilio

Prohibir la manifestación del 8M es una victoria

Madrid es la Sodoma de Europa. Aquí todos los días puedes brindar sin mascarilla mientras lo hagas en una terraza; coger el metro para sentir ese calor humano casi extinto; ir al gimnasio y confraternizar con el vulgo y de paso hacer culo; escoltar a negacionistas y excomisarios y fomentar la libertad de expresión de los que se escoran hacia la derecha de la derecha… eso sí, cuando ellas deciden salir a la calle para reclamar su derecho a caminar tranquilas de día y de noche se encuentran —¡qué casualidad!— con la prohibición de la Delegación del Gobierno. Y es que el 8M, Día Internacional de la mujer, siempre ha sido percibido como una amenaza para esa facción dueña de un miedo congénito a la fuerza de las mujeres y que se llena la boca con la tan denostada responsabilidad.

Porque las cosas cambian, sí, y además resulta que ahora lo hacen gracias a su empuje, siempre de manera pacífica, contra la distinción de géneros y manteniendo la distancia de seguridad. Es por tanto, que esta medida se percibe como una provocación, pero también como una victoria, precisamente porque implica razón y derecho en la lucha. Ya se sabe que, cuando la ley se sustenta en la parcialidad, algo huele a podrido en la Puerta del Sol y alrededores.

Resulta que las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes menos en la capital. Lo que parecen ignorar las autoridades es que el silencio tampoco lleva a ningún sitio y silenciar sin razones de peso sólo conduce a la ira. El feminismo será capaz de transformarlo, como viene haciendo desde el siglo XVIII, y encontrará la manera de ir más allá de la igualdad. Mientras llega, su eco se deja notar en los pasillos, en los colegios y en la vida al pasar. Este tren no lo para nadie.

Ilustración: http://www.lauraberger.com