Sucede en tiempos de guerra, toda la vida, vamos, porque nunca son tiempos de paz ahí fuera. En una bolsa de Doritos ahora vienen cinco menos, es decir, un dos por ciento más de aire. Pasa lo mismo con el ColaCao, los lomos de Pescanova y el Tulipán. Mismo envoltorio, un poco menos de lo prometido al precio imbatible de siempre, particular forma penalizar a los que comen mal. Así lo pequeño encoge, se adapta a una realidad en la que la clase media baja a las alcantarillas, la primavera llega imitando a un invierno berlinés y las aspiraciones terminan siendo eso, aspiraciones.
Tampoco es tan dramático. Siempre nos dieron rata por liebre. Incluso sabiendo que hemos sido engañados seguimos practicando a diario el juego de la indiferencia. De lo contrario, saldríamos a la calle con una escopeta, y no a matar gatos precisamente. De ahí que este atraco pueda ser entendido como la enésima posibilidad para lo pequeño, aunque salga caro. ¿No son los más grandes en la vida los que saben ser pequeños? O eso dicen.
Cada vez hay menos tiempos vivos, menos palabras y más tweets, menos trabas para los superficiales, grandes causas que dependen de pequeños hombres vestidos de uniforme de combate, menos mundo al que retirarse a ver pasar aves migratorias, menos yogur en los yogures, menos pelo en la coronilla y más en las orejas, menos es menos que nunca fue más. Sin embargo, hay razones para cuidar de los placeres diminutos, de lo invisible al microscopio, de nuestro pequeño mundo pequeño. Sale a cuenta y a eso se reduce esto.
