12 de octubre, día de pelea

Todo comenzó con un italiano chapetón que daba por esférica a la Tierra plana. En su viaje de lado, y buscando seda y euros, se topó con un terreno muy grande muy grande bautizado América en honor a Vespucio. Con estas credenciales, ¿qué pudo salir mal? Pues habría que preguntárselo a los que nadaban por allí en tiempo de carabelas y cayucos, pero también a los que padecen en martes los desfiles por tierra, mar y aire, estilo invasión pacífica y por la Castellana. Haciéndole justicia al tiempo, integremos a los que celebran este día —«Fiesta de la Raza» hasta el 58— con salves y orgullo patrio, con ventrículo y uniforme porque una vez fuimos reyes sin atardeceres al fondo. Y salió mal.

Españoles somos todos y los hay equidistantes del pretérito que se inclinan a pasar por el presente levantándose tarde, comprando pan blanco y poniendo al fuego una tortilla de patatas poco hecha. En definitiva, prefieren ser felices bajo el ruido de los aviones mientras un bando discute con el otro en la sempiterna lucha por borrar, retorcer y/o hacer biografía de la historia. ¡No les vengan con mierdas de colonialismo, que hoy es fiesta! Y nacional.

Queda por despejar la incógnita de los símbolos en un país llamado casa. La unión sólo se construye compartiendo mitos o mentiras. Da igual. Sin ese hilo invisible resulta imposible obtener un resquicio de paz social más allá de las cañas y los pinchos, probablemente la única certidumbre patria. Nunca tuvimos, ni tenemos, ni tendremos la habilidad de aunar a nuestra propia tierra. Será porque al pedir a los indígenas que cerraran los ojos para orar los despojamos de la suya. España es un descubrimiento acojonante.

Ilustración: Davide Bonnazi