Siempre se van los mejores

Resulta macabro comprobar cómo la muerte de los mejores nos saca de este atocinamiento en bucle de cuyo nombre no queremos acordarnos. Así van cayendo, en fila india, y hoy, como no podía ser de otra manera, le ha tocado el turno a un tal Son o Sin o Sean Connery, probablemente el único calvo hirsuto con la consideración de estrella intergaláctica y transgeneracional. Da igual si no te gustan las películas de espías, las de aventuras o con rusos torpedeando el mundo, las de gánsters en franela y caballeros que comen con las manos, las de héroes tristes y curanderos en tratamiento, las de dragones sin hambre…, ahí estaba él a una voz pegado protagonizándolas todas, aunque solamente apareciera 007 segundos, tiempo más que suficiente para perdurar en el espacio-tiempo de una memoria que ansía regresar al futuro. Es extraño que los que forman parte del mundo de la cultura sean siempre los más llorados. Será porque sin Sean y todos los que cierran los ojos para siempre este mundo no estaría ni mezclado ni agitado, simplemente dejaría de hacer pie. ¡Slán leat, querido Sean! 

Ilustración: Robert McGinnis

Adiós a Jota Mayúscula

Hoy, 11 de septiembre de una mañana menos, Jota Mayúscula no pincha más; y sin él las rimas se han quedado mustias, desprovistas del ritmo necesario para convertirse en puños. Lo sé. ¿A quién le importa la música de las palabras o directamente la música? ¿Quién se acordará mañana de un referente del rap recitado en español? Pues resulta que mucha peña. Porque él —y esto no es un privilegio otorgado por la muerte— fue uno de esos adelantados a su tiempo y espacio que decide arrancar la cultura del hip-hop de los muros y barrios periféricos, darle el vuelo necesario para atraer a las ondas de radio a fanáticos de la guitarra eléctrica, dotar a lo que no se ve de la reverberación de un vinilo que gira, y gira, y gira.

Así, cada domingo, entre legañas y resacas, los chavales escuchábamos sus camas para Frank T, otra letra mayúscula del abecedario, y desenmarañábamos juntos un paisaje ajeno en nuestra propia lengua, entendíamos que, con paciencia y voluntad, el mundo se construye, se transforma y vuelve a destruirse. Como una frase, como un beat, como el miembro de un miembro del club de los poetas violentos.

Jesús Bibang González se ha parado y la nostalgia invade este viernes con aspecto de zona bruta. Creo que ya no volveré a escuchar la radio de la misma forma. Tampoco la música se encuentra ahí dentro ahora. Sin embargo, hoy se me antoja necesario recuperar sus bases, su flow incontenible, esa garganta gritando aquello de «el espectáculo más grande del mundooooooooooooooo». Nos quedamos sin uno de los mayúsculos. Los mediocres resisten. D.E.P.J.M.

Ilustración: LUDWIG HIRSCHFELD-MACK (1893-1965)