Ya no se recluta a las bestias para la guerra. Se acabó eso de cargar muerte y suministros sobre elefantes y mulas, palomas y camellos. Ahora la munición y las noticias las transporta el hombre y la fibra, jóvenes con rodilleras en su defecto. Los gatos ven pasar lo trenes de la tristeza y siguen a lo suyo, buscando esquinas en la que dejar su olor, pidiendo comida detrás del cristal. Maúllan en un frío sólido, como de soga alrededor del cuello, ajenos a los límites fuera de su cerco de leche. Será por eso que mujeres y niños buscan hogar en camas de países vecinos. Extraña geografía del horror. Fieras nosotros.
Como un gato observo a los caballos desde la ventana de una casa de campo. Duermen, aunque podrían estar muertos. Un hombre agreste se acerca a la parcela y grita algo que no llego a entender. Así reviven las mal llamadas bestias, porque los verdaderos animales ocultan su vergüenza en uniformes, arrebatan a la fuerza lo que pertenece a los que ya se fueron, a los que resisten y a otros que vendrán con lágrimas y patria. Las únicas fronteras son montañas y valles, bosques y mar. Así lo confirma el perro a mis pies.
Levanta la cabeza, gira sobre sí mismo y me observa con cara de recién nacido. De alguna forma nos entendemos sabiendo que no hay por qué gustarse. Así comienzan las grandes historias de amor. Mientras, el sol sale de detrás de una nube y ellos, el gato, el caballo y el perro, los tres, respiran un aire de paz. Domésticos sí, pero también indomables. Entonces llego a la conclusión de que son los animales los únicos que miran de verdad, siempre al ventrículo, porque sólo ellos saben lo que está sucediendo, que es la vida en el mal sentido de la palabra.
