Resistimos todo este tiempo. Un mantra de oposición escrito en un cielo para niños. Nos limitamos a imitar lo que vivimos en casa. Padre resistía al despertarse muy temprano. Madre resistía en un trabajo fuera y otro entre paredes. A su vez, padre y madre resistían porque sus padres y los padres de sus padres resistieron. Pero ya no. La resistencia ha terminado. Hemos tenido suficiente. Ahora es momento de dejarse ir. Nada que ver con la derrota. Hace falta valor para admitirlo: que resistan los fuertes. Nosotros dejamos de resistir para evitar rompernos. Fuimos débiles, nunca nos rendimos.
El que resiste no gana, solamente resiste. Y sopla un viento que duele y el sol calienta menos que una estufa y el invierno es largo. Los animales lo despiden aletargados bajo un manto de nieve. Resistir, dormir, tal vez soñar. La palabra resistencia trae un aire de guerra entre aquellos que nunca quisieron ser soldados. Hasta los soldados aspiran a vivir en paz y agradecidos. Muchos conocieron el amor, atestiguaron el poder de la música y el tabaco, vieron un atardecer de fuego por detrás del bosque. Se acabó resistir a toda costa. La única resistencia que sirve se erige en contra de la muerte.
Podemos crecer, ampliar horizontes lejanos, aprender y progresar sin tener que resistir dentro de las horas, las estaciones, los años. Hoy se acaba. Hoy hay un compromiso de vida para resistir sin oponer ninguna resistencia. Este compromiso implica aceptar el lugar que ocupamos con la certeza de que la felicidad nunca es una aspiración que va a la contra, que los abrazos poco tienen que ver con los límites del cuerpo. El dolor desaparece cuando deja de encontrar obstáculos, barricadas. Hay calor sin resistencia, hay Sol. Lo juro.

Ilustración: Guy Billout