El combate se repite a diario en el chat de los colegas. Más allá de definiciones relativas al feminismo —hablamos de un cambio de paradigma en la sociedad, no de un debate retórico— a casi nadie se le escapa que, salvando las evidentes diferencias biológicas, hombres y mujeres son muy similares. A pesar de la obviedad, cada vez que una mujer se declara feminista, la reacción entre ciertas facciones de ambos sexos es, a grandes rasgos, que es profundamente infeliz, odia a los hombres y nunca se pone sujetador. En cambio, cada vez que un hombre empuña la palabra de la discordia, enseguida es percibido como un provocador, un oportunista más sacando réditos del feminismo corporativista y su adhesión a lo políticamente correcto, Star Wars: El ascenso de Skywalker incluida.
Ahora bien. Si escarbamos en la piel del ser humano —con ello no quiero minimizar la importancia de la lucha por la igualdad de género—, nos daremos cuenta de que los hombres son programados desde niños para no tenerle miedo al miedo, encabezar revoluciones, tal vez destruir imperios, proveer las necesidades del hogar dejándose por el camino un ego frágil, pariente de la osteogénesis imperfecta, y por lo tanto, resistente al cambio de tendencias efímeras. ¿Camiseta «The future is female» (17,00 € en Amazon) o «El violador eres tú Remix»? Por otro lado, las mujeres arrastran una carga demasiado pesada desde hace demasiado tiempo: deben quitarse de en medio, desalojar volumen para hacerle hueco a la inseguridad masculina, demostrar cada día su valor específico.
Quizás — lejos queda la primera ola feminista nacida en 1848— el año próximo, numero igualitario, paritario y de la mayoría de edad en Japón, será el comienzo de la cuarta ola, la refutación del movimiento feminista no ya como una moda, sino como la solución al odio y el rencor de la especie, disparo de fogueo para ser quienes somos realmente… y no lo que se supone que debemos ser. Hay trabajo por delante. De todos.
«El futuro no es ya lo que solía ser» Arthur C. Clarke
