Llegan las listas

Cada año llegan antes. Así el tiempo se pasa con nosotros y lo vengamos con listas de libros y canciones sueltas —antes discos—, logros pocos y resoluciones de mala calidad. ¡Ay, el año, compendio de actos que deben ordenarse para rellenar un hueco! Sucede cuando se da por terminado, aunque aún le quede. También con el amor, y por eso recordamos cómo fuimos en él y por él, podemos resistirnos al olvido de lo bueno y calentar la memoria ante el invierno en ciernes.

Parece que las listas resumen, confieren estructura a la próxima extinción masiva, son más fáciles de leer y escuchar que el asunto en sí mismo. Incluso compartirlas viene a confirmar que nos parecemos en algo, poca cosa ya que lo que es propio de muchos implica un anhelo de ser únicos. Tampoco se libran los niños que, sin darse cuenta, ponen en práctica maneras de viejos. Conviene adelantarles que, así y en general, casi nunca llega el regalo que ocupa el primer lugar, ese de las mayúsculas y el doble subrayado. A los adultos, claro.

Como cada día, el 21 tuvo cosas. Comenzó con las mascarillas al aire y terminó malo dejando lo peor atrás. El próximo debería incluir la reconciliación como cabeza de lista. Con esta realidad dislocada, con aquellos difíciles de entender, con el papel y el mar Menor, con la música para bailar, con la paciencia, los condones y el silencio. Por supuesto, quedan fuera los jerséis navideños y las cenas de empresa. Curiosa forma de adaptarnos al caos, curiosa forma de sentirnos vivos.

Nos vamos a quedar sin alcohol

Curva de oferta y demanda. En el cruce, un consumidor, tú, yo o los demás, millones. Sucede desde el inicio del trueque. Hace poco, el papel higiénico desapareció de las estanterías. No se trataba de una cuestión de limpieza, sino de necesidad incomprendida. ¿A quién le preocupa limpiarse el culo cuando las ucis se saturan? Por lo visto a muchos, siendo más limpios los muertos que los vivos. Bueno, pues ahora que ya vuelve a ser 2019, un periodo extraño porque le faltan dos años y la suma da 21, la demanda ha despertado. Se trata de un monstruo, motor de esa enfermedad llamada consumo. Falta diésel en China, camioneros en Gran Bretaña y en breve la escasez llegará al Absolut, el Beefeater, el Jameson y la Seagram’s.

Y aquí surge la pregunta: y si no podemos ponernos pedo para celebrar la vida de cara y barbilla, el baile de cerca y las resacas de antaño (a partir de las diez de la mañana)… ¿qué vamos a hacer? El fin del mundo se parece mucho a la ebriedad a destiempo. Porque si algo tiene de bueno beber —el alcoholismo va a aparte— es la posibilidad de hacerlo cuando uno quiere, mejor desde temprano y alargarlo tanto que se haga corto o tan largo que «pasando de volver a casa». ¡Aj!, casa. Ahora, sin embargo, el temor a tener que pedir una sin a la fuerza resulta insoportable. Además, un bar de abstemios se parece a un hospital. Peligrosamente.

La cosa apunta peor en Navidades. Escenas de terror, cenando con la familia, delante de un árbol que luce y con agua. Hasta el pavo sabe a la desazón del abstemio. Cosas del libre comercio. Para rematar la escena, la inflación se encuentra en niveles del 92, el año en que fuimos reyes y creíamos que en el futuro todo sería mejor. Bueno, pues ese tiempo ha llegado y miramos hacia atrás porque entonces había alcohol para todos y algo de trabajo. Me gusta pensar que todo esto ha sido una locura transitoria. Y para eso necesito beber, vivir, amar.

Ilustración: Yang-Tsung Fan