Sin propósitos de lunas

Al año nuevo y al tiempo les pido que nos dejen tranquilos. Que traigan estaciones como las de antes, un haya que no se convierta en silla, algo de olvido para un pasado recurrente. Nada de propósitos. Porque los propósitos son una forma de control de la que el amor escapa, también la salud y la risa. Puede que lo más importante sea crear belleza y bondad, apuntar a una nube desde la ventana y regar las plantas. Si uno espera, si uno se llena de paciencia, verá nacer las flores en abril o mayo. Lo dicho, mejor sin propósitos de lunas.

Los relojes, un avión por encima de nuestras cabezas… todo lo que existe o inventamos parece tener un objetivo, satisface una necesidad. ¿Por qué no ir tanteando? Hasta en la oscuridad se hace el camino, y uno encuentra puertas en ángulos muertos, ventanas en lo alto de los árboles. Caminar esperando nada es una forma de moverse que empuja a ir viviendo que es, a fin de cuentas, nuestra única obligación. Porque no hay nada más falto de propósito que una lista de propósitos escrita en un papel.

Ningún año fue responsable de nuestras desgracias. Fueron los propósitos lo que crearon ilusiones desprovistas de magia, una posibilidad y el arte de conducir bajo la lluvia. Ni las estaciones pueden frenarse, ni el tiempo para, y muy probablemente todo lo que nos suceda en este año estaba escrito en la intersección de la hoja de papel con la mesa de la cocina. Despiertos o en un coche, así pensamos el futuro, que es un poco el de todos. Se trata de algo inalcanzable, desconocido, luna que mengua, luna llena en la que servir la sopa de este 2023.

Para los del año de mierda

Muchos dirán que 2022 fue un año de mierda. A pesar de todo, crecieron en el trabajo, envejecieron con amigos o un gato cerca. Agradecen el apoyo y el cariño recibidos, y así lo manifiestan. ¿2023? Una ocasión para dar y recibir amor, para encarar nuevos retos, ¡para ser felices! Pues bien. Yo escribo para los del año de mierda a secas, personas (nada de gente) que preferirían habérselo saltado porque no hacía falta. Fue esa experiencia innecesaria, una broma entre el bochorno y la pena, el horror. Se sentirán afortunados de haberlo vivido… pero ya cuando se trate de un recuerdo al fondo, quizás en la Nochevieja de 2028.

Porque hay millones que agradecen la oportunidad y al mismo tiempo aborrecen el tiempo que les ha tocado. No hay nada de malo en decir que uno está mal o peor que antes, se trata de un derecho y ni la Navidad podrá arrebatárnoslo. Amigos, hermanos y futbolistas corroboran en la última noche del año que, así en general, atravesamos un intervalo para el olvido a todas luces. Su sombra nos alumbrará más tarde. Esto es una digestión pesada.

Cierto, la gratitud absoluta prescinde de palabras, de ahí que al comentar lo mejor de estos 365 días lo mejor sea callarse. Podemos expresar la gracia de otra forma, haciendo el bien, yéndonos a casa antes, prometiendo al karma que no volveremos a dar por hecho lo que nos vino dado. Mercedes Sosa cantaba «gracias a la vida que me ha dado tanto», y tenía razón. Demos gracias, pero no a este año de mierda. Habrá que encontrar la forma de ir perdonándolo por el daño causado.

Ilustración: Hiroshi Nagai