40 años de turra Metallica

«Incluso los mejores grupos de rock sólo duran 10 años». Esta afirmación es cierta cuando el verbo utilizado implica relevancia. Da igual con qué oídos miremos las canciones, las de antes y las de hoy, lunes omicron. Al finalizar esa ventana temporal (año arriba o abajo) llega la ruptura, igual que un matrimonio todoterreno regresa al amor de los compañeros de piso. Si la banda se empeña en seguir entonces las buenas canciones escasean o directamente desaparecen, ¡adiós al pelo largo! Tú eres otra persona, quizás peor, y tu grupo favorito también; entonces comienza la ampliación del campo de batalla. Así funciona: los grupos van y vienen y la música se regala en Spotify. Eso sí, los jevis a lo suyo, cantando «Master of Puppets» pasados los cuarenta.

Por supuesto, solistas y músicos de jazz quedan exentos de la década macabra. Cuenta más la habilidad y la savia de las nuevas incorporaciones que la personalidad que insuflan al proyecto, y por lo tanto hay carreras que se estiran como un chicle y llenan el Wizink. Entonces, ¿cómo es posible que Metallica siga arrasando cuarenta años después? Sencillamente porque sus miembros originales siguen vivos. Cambiar de bajista implica no cambiar nada, palabra de Cliff Burton.

Un grupo de música resulta de la suma anómala de sus partes. Si falta alguien porque muere, pasa de aguantar al cantante o se construye una mansión en Zahara de los Atunes, el flujo muta, se desequilibra el caos. Todos los intentos posteriores a los diez años añaden poco o nada excepto en el caso de Radiohead y Bob Dylan, pero ellos van aparte y además son feos. Metallica han conseguido matarlos a todos, cabalgar el rayo, amaestrar al titiritero, impartir justicia y editar un disco sin portada, todo del 83 al 91. Aún les quedan un par de años buenos. Felicidades a todos menos a Lars.

Ilustración: Stephan Schmitz