Es muy probable que la mejor serie de la temporada no le haya gustado nada al gremio policial y esa es, precisamente, la razón por la que uno la disfruta tanto. Y es que en las manos de un cineasta cuanto menos audaz, estas bestias de carga ocultas tras protecciones, cascos graduales y botas «Inmortal Warrior» cobran vida, muestran las vergüenzas de un cuerpo amoratado y justo de presupuesto. Son ellos, los que están a pie de bengala y litrona, quienes se encargan de hacer el trabajo sucio mientras los otros, mejor situados en la cadena de mando, mantienen sin mácula sus trajes de Cortefiel. Así se obran los milagros, en el cine y la vida y, en pleno 2020, puedo expresar sin complejos que me caen bien los antidisturbios… al menos los de la ficción.
La culpa la tienen unos intérpretes magistralmente dirigidos que dispersan la mala fama (también) arrastrada por el actor patrio. Así Vicky Luengo (descomunal), Raúl «Bestia» Arévalo, Roberto Álamo, Raúl Prieto, Álex «que me pille en el baño» García, Hovik Keuchkerian (pluscuamperfecto) y Patrick Criado son capaces de emanar tanta violencia con una porra en la mano como con una mirada y, sin llegar transmutarse en víctimas, son retratados como lo que parecen: chicos duros con talones de vidrio, personas.
Resulta que en tiempos de penuria todavía es posible hacer buen cine en un país con forma de visera. Sobre todo cuando nos olvidamos del escudo y el humo, miramos hacia dentro y rascamos la piel del toro mecánico. Nos sorprenderá comprobar cómo caminando juntos y en línea podemos avanzar hasta rompernos, pero tampoco importa. Será porque todo va a ir bien mientras el mundo estalla a nuestro alrededor.
