Cae el otoño

Cae el otoño y con él una parte de la luz que va muriendo. No trajo lluvia ni canciones, quizás un mundo lejos del insomnio. A pesar del cambio, a esta estación ya la vimos otras veces. Será que las horas nos dejaron atrás, una vez más —van tres—, sin preguntar siquiera, y ahora destiñen los colores. Nada acaba, más bien continúa como siempre, y el oro brilla más entre tanto ocre. Nuestro campo viene a confirmarlo y la ciudad es campo con ventanas que confunden a los pájaros, aviones. Vino septiembre a saludar. Buenos días, fiesta.

Las hojas se enfrentan al vuelo preparado en estos meses. Primero fueron brote, luego formas palmeadas, poca lluvia, verde que quisimos verde, naranja durante la caída. Dura poco, un parpadeo, ráfagas de viento que despeinan al que mira las copas de los árboles, también al que prefiere el metro. Los más listos recogen los frutos de esas trayectorias que ascienden, que descienden, que rozan la aceras como un peine… para terminar en cubos de basura. ¿El cielo es el límite? También lo fue septiembre.

Mientras tanto, seguimos a lo nuestro, con cosas invisibles y lejos de hamacas y sombreros. Todos recuerdan el mar de este entretiempo, pies y manos a salvo del invierno en ciernes. De ahí que el otoño tenga lo mejor de cada orilla, perro y lobo, carne con su hueso, mosto. Por fin sabemos que lo importante es aquello que nunca llegamos a decir en alto, que existe, nunca escrito pero al otro lado. En todo caso se perdió, en todo caso aún queda ruido. Y así seguimos, un poco más viejos, juntos, vivos.

Ilustración: Guy Billout