Al año nuevo y al tiempo les pido que nos dejen tranquilos. Que traigan estaciones como las de antes, un haya que no se convierta en silla, algo de olvido para un pasado recurrente. Nada de propósitos. Porque los propósitos son una forma de control de la que el amor escapa, también la salud y la risa. Puede que lo más importante sea crear belleza y bondad, apuntar a una nube desde la ventana y regar las plantas. Si uno espera, si uno se llena de paciencia, verá nacer las flores en abril o mayo. Lo dicho, mejor sin propósitos de lunas.
Los relojes, un avión por encima de nuestras cabezas… todo lo que existe o inventamos parece tener un objetivo, satisface una necesidad. ¿Por qué no ir tanteando? Hasta en la oscuridad se hace el camino, y uno encuentra puertas en ángulos muertos, ventanas en lo alto de los árboles. Caminar esperando nada es una forma de moverse que empuja a ir viviendo que es, a fin de cuentas, nuestra única obligación. Porque no hay nada más falto de propósito que una lista de propósitos escrita en un papel.
Ningún año fue responsable de nuestras desgracias. Fueron los propósitos lo que crearon ilusiones desprovistas de magia, una posibilidad y el arte de conducir bajo la lluvia. Ni las estaciones pueden frenarse, ni el tiempo para, y muy probablemente todo lo que nos suceda en este año estaba escrito en la intersección de la hoja de papel con la mesa de la cocina. Despiertos o en un coche, así pensamos el futuro, que es un poco el de todos. Se trata de algo inalcanzable, desconocido, luna que mengua, luna llena en la que servir la sopa de este 2023.
