Del calor a la calor

El calor se ha convertido en la calor, femenino, madre y plural de todos los desvelos. Ahí, entre el termómetro y la sobredosis de mercurio, todo el mundo arde a la vez, delante de un ventilador que mueve un lazo rojo y al borde de las piscinas como expositores de carne. Extraña forma de igualdad por lipotimia. Sólo hace falta entrar a la calle para trascender, salir a rascar hielo y darnos cuenta de que la urbe está preparada para la lluvia, el rayo y el granizo, nunca para la temperatura como martirio. Entonces el poro supura, la piel recuerda a la de una iguana y la sobrecarga térmica fomenta las ganas de matar. Nadie puede escapar de su embrujo, de ahí que uno, antes muerto que sencillo, mantenga el pantalón largo y el calcetín bien grueso. El papillot nació en días como hoy, lo sudo.

Ante el silencio de los pájaros, los humanos comentan y relatan la catástrofe personal y transferible, se rebelan sin caer en la cuenta de que favorecen el cambio climático, el de las palabras: estufa, chimenea, brasero. También mantienen frescas las almohadillas de los perros, y algunos intentar huir de sí mismos, los perros, digo. Nadie lo consigue. Sopla lumbre. El infierno era esto, un planeta en julio que impone la desnudez como modo de vida incómoda. Y olvidamos que con ardor fuimos creados.

Así es cómo el tiempo se ha convertido en manta, de repente, ola que tiñe de rojo el mar y de rescoldos el campo. Entonces pienso en el fuego de esas parejas follando en habitaciones poco ventiladas, en la carne enhebrada por el deseo, en el ritmo que impone el afán de los días a la contra del frío y bajo un sol amarillento, luna llena. No parece importarles que puedan disolverse en la saliva del otro y en el otro. Este calor es un vestido en el suelo, unas sábanas mojadas, una vuelta al cuerpo. Todo.

Ilustración: Guy Billout

Inés Arrimadas y el ardor

Leo con interés la biografía de esta chica de marca blanca, portadora del virus de la crispación y propietaria de la cara de Bella, el personaje de Disney con el que comparte descripción en la Wikipedia: «(…) librepensadora a la que le gusta leer y seguir las aventuras de su propia imaginación, sin miedo a decir lo que piensa, sobre todo en situaciones difíciles, aunque puede ser un poco vacilante cuando está nerviosa». La bestia no se menciona, pero anda cerca, incluso dentro, a la manera de un volcán.

De esta forma, un compendio armonioso de carne, huesos, agua y un toque de maldad se convierte en ficción, la de los cadáveres que arroja a sus pies la vida en política y la serendipia del juego con vidas ajenas. Y es que en poco más de treinta y ocho años, la hija de Rufino e Inés ha alcanzado el estatus de objeto de culto del que desconfiar, una rival fiera en los debates por su manera de distorsionar los hechos, capaz de abrazar sin ninguna resistencia la herencia de Rosa Parks, aquella activista afroamericana que se negó a ceder el asiento a un blanco y ocupar la parte de atrás del autobús… sin cambiar de pigmentación.

Antes del invierno asistiremos a su eclosión y seremos testigos de la verdadera cara de Inés que, paradójicamente, coincide con la de otro personaje de ficción, la Diana de V, transgénero entre los lacertilios y un abogado enarbolando la bandera (roja y amarilla) de los intereses partidistas por encima de las cabezas de esos pobres terrícolas, rasgo inequívoco de un político sentimental que se acuerda del día de la madre antes de dispararte a bocajarro. Con la pistola caliente da media vuelta, enfila el camino a casa y las familias felices, más o menos distintas en su día a día, dan paso al conjunto de los españoles, familias tristes más o menos iguales. Lo dicho, Inés Arrimadas y el ardor.