Mafalda se queda muda

La viñeta, adherida a la nevera con la ayuda de un imán, fue testigo de excepción de un crecimiento que, aunque más escaso de lo deseable, establecía centímetro a centímetro mi paso, y el de mis hermanas, de querubines blondos a adolescentes con acné. Años después, el color del papel terminaría adquiriendo tonalidades amarillentas, más propias de una edad adulta que no convence a nadie, hasta desaparecer entre restos de basura orgánica. En ella, Mafalda, esa cría con preocupaciones de mayores y cuerpo de maceta, consolaba a su hermano pequeño, abroncado por su madre tras disfrazarse de fantasma con una sábana recién lavada. «Los fantasmas, no se sabe, pero las madres existen… ¡existen, Guille, existen!» le decía con ese tono entre condescendiente y lastimoso.

Y es que de alguna manera, Mafalda somos todos, porque a todos nos gustan los Beatles, los crepes dulces o salados y nos cuesta cada día más trabajo comprender a la humanidad. Si no es así, por lo menos tendremos algún amigo que se llama Manolo, soñamos en invierno con Brigitte Bardot en la playa y nos preguntamos por cómo hará el tiempo para doblar las esquinas en los relojes cuadrados. Lo que está más claro que el agua es que Quino solo hubo uno, y además hizo tanto por nosotros que al morirse los bocadillos de sus viñetas cobran una nueva vida.

Es muy probable que en el futuro no se prohíba la sopa, ni que llegue la bondad a la política. Tampoco mandarán los jóvenes a pesar de superar en número a los viejos. Sin embargo, podremos decir que el 30 de septiembre de ese 2020 cabrón descubrimos cuál era el verdadero apellido de un dibujo animado convertido en mito. Sólo hace falta mirar nuestro carné de identidad. Gracias, maestro. Por todo.

Ilustración: Quino

Calamaro contra Queen

La verdad es que lo de Andrés Calamaro es un no parar. Ahora ha vuelto a salir al ruedo mediático por atreverse a afirmar que Queen, o los Queen, o como se diga, «son una banda «Top 10″ para aquellos que no escucharon ni diez bandas» o «es grande, pero a su público no le gusta el rock… ni la música en general» y claro, los fanáticos de Freddy se encabronan ante el arrebato de un músico relevante en tierras latinas, pero inocuo en el mundo anglosajón y filomonárquico. La verdad es que el comentario tiene gracia… y no le falta razón. Me explico.

Si nos detenemos en la banda de marras, imbatibles en directo y con uno de los mejores cantantes con bigote de la historia, sus tres primeros discos despliegan ese deje de peligrosidad asociado a la música más dura, sin embargo a partir de «A night at the Opera» son una banda pop con ramalazos guitarreros y una necesitad evidente por adaptarse al signo de los tiempos. De hecho, sus discos suenan mejor ahora que en el año de su lanzamiento, un hecho insólito en la historia del vodevil.

Más allá de la valía artística de «Sin documentos» o «Bohemian Rhapsody» lo más relevante de esta enfervorizada polémica es comprobar que ciertas opiniones a la contra no tienen cabida, precisamente cuando, en lo que a cuestiones musicales se refiere, lo único que importa es la emoción: te toca, te deja frío o te da una arcada. Si pusiéramos en fila india a Bowie, The Clash, Led Zeppelin, The Beatles, Rolling Stones y un largo etcétera, quizás esta vez Calamaro no vaya tan desencaminado. Y el flaco clavó sus puñales en la espalda de la reina.

Ilustración: http://jorgealderete.com/