¿Habemus POTUS o qué?

No sé a vosotros, pero la espera por la elección del nuevo jefe de este orden mundial venido a menos se me está haciendo insoportable. A mí y a Rafa, claro. Y es que la fumata blanca no sale de la Casa idem, y el tiempo pasa, nos vamos haciendo pequeñitos pequeñitos como la amígdala de Trump y nuestras súplicas son ignoradas por los astros y unos pocos estados con nombres intercambiables en el papel y el rosario: Georgia, Omella, Arizona, Nevada, papa Francisco… Da igual lo que recemos o a quién, porque han pasado 24 horas desde la última vez que lo miré y Biden sigue a seis votos, seis Gólgotas como seis hermanos de un padre carpintero, inamovibles, suspendidos en un tiempo sin autor y con un nudo más que probable en forma de protestas masivas. Entonces qué, ¿habemus POTUS?

Para aquellos a los que estas siglas les deje fríos como una noche con toque de queda, decirles que se trata de la manera vaga con la que referirse al President of The United States, vamos, un cargo religioso repleto de connotaciones domésticas que al menos nos está sirviendo para pensar en cosas menos mundanas. Sobre todo cuando vemos a una parte de los habitantes de la nación más poderosa del mundo comportándose peor que Macarena Olona en un día aciago.

Pero así estamos, en este vilo con la cara chusca de dos hombres blancos, viejos y heterosexuales que aspiran al trono para dominar la Tierra, Jesucristos del Twitter y la trifulca mediática empeñados en dar esperanza a un pueblo extenuado que, sin embargo, se niega a renunciar a la lucha. Será porque es verdad que en ese país cualquiera puede ser presidente. This is America, palabra de Dos.

Ilustración: John W. Tomac

La puntilla del 2020 se llama Trump

Hoy la incertidumbre es tal que incluso los habitantes de Valdevacas de Montejo se han levantado antes de que aúlle el gallo para comprobar el resultado de las elecciones de Estados Unidos, un país cada vez más alejado del sueño que convierte nuestro paso democrático por la tierra en una pesadilla con tintes republicanos. A estas alturas de la broma, todos vivimos un poco entre Los Ángeles y Nueva York, ya sea por una lengua infiltrada en cada conversación de oficina, con sus meetings y afterworks, o porque la tienda de ultramarinos se desangra con cada pedido en Amazon. Y, aunque nos joda admitirlo, causa más desvelos que Trump vuelva a ganar que Abascal se ponga la chaqueta talla S de futuro presidente.

La cuestión que sobrevuela este plebiscito mundial, el de continuar con la política de las vísceras o, por el contrario, apelar a la mesura para calmar unos ánimos a flor de cactus, es la de una profunda decepción por haber llegado hasta aquí. Porque si un canalla de lomo blondo es capaz de mantenerse en el poder durante más de un mandato, entonces eso significa que su elección no se trató de un accidente, sino más bien del óxido de valores universales como la razón ante el insulto, de los apretones de manos por encima del matonismo.

Para añadirle más gasolina y una píldora de insomnio al asunto, sólo será posible conocer al vencedor cuando le salga de los cojones a Trump, como si la soberanía del pueblo se hubiera convertido en mera observadora de esta civilización en horas bajas. Sea cual sea el resultado, esperemos que favorable al superviviente Biden, nos quedará la sensación de haber perdido y eso, con el presente virando hacia la broma infinita, es garantía de una celebración silenciosa, algo muy 2020.

Ilustración: http://evavazquezdibujos.com/