En la palma de la mano de un bebé alrededor de un dedo. Ahí se concentra el afecto. Afecto de otros que sujetan nuestras penas o detienen una ráfaga de viento. Afecto, jirones de ternura y espacio que permite soportar esta vida que se clava y va matándonos. Afecto, cura como forma de estar sin decir nada. Lo veo en los amigos, en la gente sola, al caer la noche. Con afecto cambiamos la opinión del que está mal hasta cuando sueña. Afecto en el corazón del tiempo. Y amanece.
Durante años pensé que no me hacía falta. Tenía mi arte y mis ventanas a otras partes. Estaba tan equivocado… Entre pena y fantasmas sentí el calor del afecto. Me revelaba. Me tenía a mí. Pero, ¿qué somos sin la paciencia de un abrazo? Un cuerpo a la deriva. El afecto llega cuando uno se resiste a los afectos, cuando la pena toca hueso. Porque el afecto nunca se calcula. Alguien lo entrega, alguien tendrá que recibirlo. Aunque no quiera.
Nos quedan ellos, los afectos. Hacia ellos vamos sin saberlo. Estaba escrito en las líneas de la palma de la mano, en las pupilas. De lo más pequeño a la inmensidad. En el afecto hay compasión y compañía, amor que prescinde de poder, la naturaleza en su forma más humana. Si podemos sentir afecto por un desconocido, ¿qué no podremos sentir por alguien próximo? Afecto inagotable, afecto necesario, afecto sin espinas. Solamente podemos dejar de sentir frío en su regazo. Dad afecto. Recibiréis toda una vida a cambio.

Ilustración: Guy Billout