Durante estos días y mientras se produce el regreso a la ‘vieja anormalidad’ es muy recomendable escribir en una hoja todas las emociones por las que transitamos desde que nos levantamos sin alarma hasta que soñamos raro. Entre medias, el mismo pijama y la cólera, dos gramos de desesperación, la euforia de saber que mamá sigue bien, el asco al cubo, la incertidumbre y el miedo, un vaso de lágrimas y la apatía convertida en risa floja. Un total de 250 sentimientos en 17 horas.
Paradójicamente, ahora que el tiempo fluye más deprisa que nunca, lo más interesante —además de comprobar que escribimos como el culo— es integrar a los demás en nuestras emociones, darle cuerda a un motor que se ha parado por culpa de la confrontación extrema, esa nueva forma de violencia que prescinde de nudillos y navajas, pero igualmente corrosiva y letal. Porque como estamos distanciados socialmente la agresión se articula con mentiras. insultos, posts e intervenciones en Zoom. Cada día.
Es muy sorprendente comparar esas listas y cerciorarse de que, más allá de ideologías y saltos generacionales, todas incluyen las mismas palabras, dejando al descubierto la única evidencia en tiempos de hambre: nos unen las mismas necesidades instrumentalizadas de formas diversas. De pronto, el eterno «es que la gente es gilipollas» deja paso al «bueno, vamos a preguntarles por qué». Y la cooperación es movimiento social sin nadie al mando.
