El hijo de Taylor Hawkins

Querido Oliver Shane. Porque ese es tu nombre, aunque el mundo se dirija a ti como el hijo de Taylor Hawkins. Tu padre era inmortal, como todos los padres, por eso murió en marzo, cuando tenías dieciséis años y dos baquetas. Desde entonces, millones de desconocidos se declaran huérfanos sin serlo, recuerdan su melena rubia y esa expresión triste de los que sonríen cuando tocan música muy alto. A mí me ocurrió algo parecido. En aquel momento, mi padre representaba la vida entendida como un golpe de tambor. Él no llenaba estadios, aunque congregaba multitudes en el salón de casa, melodías, pájaros.

Tras enterrarlo, un concierto en su memoria y sin fuegos de artificio me hubiera parecido bien, incluso en Wembley. «Si es lo que quieren…», hubiera dicho mirando el hueco en el sillón. Nada de flores. Poco importa ahora. Hablemos de ti. Tú eres el hijo de Taylor, el que carga con el desenlace y la gloria inesperada, el que ocupa su vacante y recibe a la ausencia como golpe antes de tiempo. Sin embargo, tienes suerte. La música obra milagros. También contigo.

No serán ni tu madre ni tus hermanas las que aliviarán esta pena. No. Bastante tiene ya la pérdida con ellas. A través del legado de tu padre podrás cumplir con tu propósito, sea el que sea, sobre una batería o encima de una ola, consciente de que nunca podrás ser como él, pero sí la versión de un hijo presente ante su padre ausente. A los héroes y a los padres los definen las acciones cotidianas, nunca lo que representan bajo los focos. Insisto, tienes suerte. Eres el niño que tu padre nunca dejó de ser mientras tocaba. Míralo mientras se va, míralo mientras se queda.

Un abrazo, Oliver Shane Hawkins, así te llamas.

Acción-reacción en el Wizink

Caían manzanas a su alrededor y él elaboraba teorías revolucionarias. Mucho ha llovido desde Newton, pero aquella ley en la que «para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto» mantiene su amenaza, distinta gravedad en otro tiempo donde se intercambia fruta por bombas de vacío, física por sinrazones de guerra. Así, el equipo de Palermo ha tomado el testigo y organiza un evento en apoyo a Ucrania, un país que existe para lo que interesa mientras se desangra. En esa ficción seguimos, hasta que el día 10 de mayo, Miguel Ríos, Dani Martín, Coque Malla, Depedro, Morgan y muchos otros muy buenos, suban al escenario del Wizink Center. Todo en una noche, todo con una reacción: que la música sirva a su propósito de agitador pacífico y se recauden fondos destinados a la acción, la humanitaria y por lo tanto la vida.

Para los que no lo sepan, poner en marcha un concierto de estas características implica un nivel de producción inabarcable. Por esa razón, comprar la entrada antes de la fecha contraviene el enunciado de la primera ley del genio inglés: «Si sobre un cuerpo no actúa ningún otro, este permanecerá indefinidamente moviéndose en línea recta con velocidad constante». Sucede todo lo contrario. El movimiento se hace con un dedo en la página web, aquí y ahora. Magia.

Resulta que la vida sin música sería un error, pero aún más la música sin un fin más grande que ella misma. Si la política es el arte de encontrar problemas, entonces habrá que tocar muy alto y mirando al Este. Y así se enuncia la tercera ley, la del amor y la solidaridad, la de las canciones como territorio donde nadie puede hacernos daño, hasta que acaban. No nos moverán, acabará antes la guerra.

Morgan: la complicada sencillez de la emoción

No deja de ser una extraordinaria rareza que un grupo como Morgan, con sus canciones construidas sobre las notas blancas del piano, esos estribillos engarzados de igual manera que lo hace una brisa de viento en nuestro escaso pelo y ese grito callado de Nina, una «niña» que por más que busque su casa en las canciones sabe que las posibilidades de encontrarla son una suerte de quimera, se haya convertido un grupo que guste a muchos más que a unos pocos.

Porque justo cuando creíamos que en España solo había sitio para esos que se pierden el respeto a sí mismos a cambio de un presente y un futuro (financiero) estable, aparecen cinco músicos con la única pretensión de hacer música y de pronto, la chispa prende, se extiende por los campos de trigo y tiende una emboscada a la ciudad, tan acostumbrada a las luces de neón, al ruido y a la furia.

Las próxima semana, porque las cosas casi siempre ocurren por sorpresa aunque no queramos darnos cuenta de ello, tocan dos noches en el circo Price, lugar en el que podrás sentarte en uno de esos asientos de tacto aterciopelado, apoyar tus codos en el respaldo del asiento delantero y simplemente dejar que sus canciones te susurren cosas que ya sabías pero que nunca nadie antes te las había contado de esa forma, sencilla que no simple, como el que se recuesta a tu lado sobre la arena de la playa con el sol a media asta, justo antes de que todo se oscurezca, justo antes de que el tiempo te lleve lejos salvándolos a ellos.

Enhorabuena.