De la crítica al odio

Desde hace años se repite la misma cantinela en foros, grupos de Whatsapp y reuniones de vecinos: «ya no hay políticos como los de antes». Este mantra rabioso se hace extensible a cualquier aspecto de la vida moderna con sus tomates sin sabor, sus playas de concentración o sus nuevas generaciones percibidas como una copia peor de una copia mala de otra copia… Entre tanto juicio resulta paradójico la ausencia de cualquier tipo de autocrítica, precisamente porque ésta ha sido desterrada por el odio y la furia.

Decía Baltasar Gracián en su obra «El criticón» que «aprobarlo todo suele ser ignorancia; reprobarlo todo, malicia» y, a juzgar por los hechos, hemos decidido —es de ley incluirnos a todos— optar por el vómito, saltarnos la reflexión sobre la verdad de los hechos y acomodar a nuestra visión epistemológica de la realidad aquello que se desvía de la senda, incluidos amigos de Facebook, hermanos fachas, exnovios ‘jipis’ y esa compañera de trabajo que se dedicaba a alabar las bondades de la dieta crudivegetariana.

Así es como hemos llegado a un punto en el que, debido a la infinita cantidad de datos que nos rodea —no confundir con información—, somos incapaces de mirar en el ojo ajeno, precisamente porque la viga en el nuestro es ahora una fortaleza infernal en la que nada ni nadie entra. Recordad; la guerra expone nuestra verdadera debilidad. ¡Carguen, apunten, flores!