Dientes

No existe una parte del cuerpo que cuente una historia más precisa sobre todos nosotros que esos pedacitos de marfil, cemento, dentina y pulpa. Semienterrados entre la lengua y los labios surgen de la nada para recordarnos aquella caída en el recreo, el último grito en blanqueamiento bucal o nuestro consumo abusivo de café y rubios americanos.

Porque además los dientes, en su función de maltratadores de verduras, hamburguesas y fruta, deben de ser imperfectos para convencer. Si poseen el color de la nieve recién caída y la simetría de una cadena de montañas del fondo de pantalla de nuestro Mac entonces permanecerán callados, perdidos en una cinematografía que nos hace un poco más americanos, tres cuartas partes de carne y yeso.

Y es que lo primero que hace alguien cuando quiere verse más guapo es arreglarse la boca, primer síntoma de salud y vanidad, elemento indispensable para ser percibido como ciudadano de un primer mundo que ya no es único. En cambio, tus incisivos ligeramente separados o directamente rotos, ese colmillo redondeado frente a otro filoso, tus incisivos inferiores desordenados, esa pieza de oro regalo de un dentista derrochador o los molares desplazados hacia dentro que te muerden el trígono retromolar y que siempre terminan fastidiándote la comida… esas imperfecciones y no otras son las que te hacen especial, defectuoso, irresistible.

Los niños sueñan con que se les caigan, los viejos sueñan con no perderlos y algunos los esconden porque en una superficie tan pequeña se encuentra la raíz de nuestros más profundos secretos.

Cartoon mouths set. Smile