El día en que las cañas vencieron a la razón

Como procede en estos casos hay que felicitar al vencedor. De una forma apabullante, el PP ha confirmado que Madrid es su coto hostelero al fondo a la derecha, centro del neoliberalismo más trumpista y un ocio que alcanza el estatus de negocio 24/7 con 15.000 muertos en su haber. Porque así se las gastan por aquí mientras sus votantes ignoran el programa, pero disfrutan del bien más preciado del hombre: la espuma de una caña bien tirada.

De la razón y la mesura sólo cabe añadir que dan malos resultados electorales; el alma y la verdad resultan irrelevantes frente a la bilis, y la dignidad de la derrota escuece tanto como una almorrana. Nos queda un consuelo: por fin Pablo Iglesias dejará de ser origen capilar de todos los males que asolan España.

Es en momentos así cuando uno piensa en cambiar de ciudad, comprarse unas chirucas e intercambiar polución por polen, tíos que corren por el carril bici por culebras, fiesta por patata con sabor a patata. La idea se me quita rápidamente de la cabeza al darme cuenta de que, por una vez, los perdedores son jueces y los que celebran, los acusados. Nos vemos en 2023.

En caso de duda, girad a la izquierda

En Madrid siempre hemos hecho lo que nos ha salido del coño, mucho antes de que Isabel Díaz Ayuso introdujera la libertad desprovista de cualquier significado inteligible. Para entenderlo mejor tiro de ejemplo y amigos que follan con hombres y lo justifican en nombre de la heterosexualidad más normativa: «somos muy machos», dicen. Así funcionan las cosas en una ciudad liberada —al menos antes de la catástrofe—, entre Sodoma y Gomera, afters y chupaditas de M, una actitud, la madrileña, que acoge sin preguntar y después elige a representantes públicos en contra de lo público desde los primeros párrafos de sus programas. O eso parece a juzgar por los resultados de las elecciones en la comunidad a partir de 1995. De las cejas de Gallardón a los unicornios actuales. Entre medias, una bandada de gaviotas. Todo muy bestia.

Resulta que el voto a la izquierda es mayoritario entre el 70% más humilde, mientras que el voto conservador representa sólo al 30% más pudiente. ¿Qué demonios ocurre entonces? Pues que PSOE, MAS MADRID y PODEMOS sacan 32.000 en Villaverde y Usera y, en cambio, el PP obtiene 100.000 en Aravaca y Pozuelo. El eterno juego del norte inalcanzable y el pobrecillo sur, de la izquierda del sabotaje y la derecha inteligente, la deducción frente al instinto más pragmático… todo eso queda reducido a una cuestión de pasta.

A menos dinero, más abstención; a menor nivel educativo, menos ingresos y por lo tanto más abstención; a más desinformación, otra vez más abstención. Esto en el mundo. En Madrid cada día estamos más formados, un poco mejor informados —tampoco mucho porque hay que terracear— y retozamos en la precariedad. La izquierda defiende la igualdad social y se bate contra las jerarquías; la derecha afirma que ciertos órdenes sociales y jerarquías son inevitables o deseables. Por favor, no nos saboteemos una vez más, troncos. Mañana, en caso de duda, girad a la izquierda.

Ilustración: Peter Bainbridge

¿Por qué votamos a gente estúpida?

Todo el mundo sabe que los políticos gozan de mala reputación, son incapaces de cumplir sus promesas y mantienen una relación íntima con la mentira. Eso no significa que todos sean idiotas, ni mucho menos, pero una gran mayoría, aquí, en Estados Unidos y Nueva Zelanda, lo parecen. Incluso algunos son peligrosos. En esta Superliga destaca la plana mayor de Vox al completo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Trump y los pirómanos de Orense. Pero ¿cómo es posible que gente estúpida pueda gestionar un país o una comunidad? La respuesta es una mezcla de falsa confianza en sí mismos, la ley de la trivialidad de Parkinson y un proceso muy calculado de identificación con sus votantes. Desarrollo.

Dunning-Kruger revela que cuanto menos inteligente es el candidato mayor es la confianza que transmite —al menos delante de Ana Rosa—, prescinden de los cuestionamientos de la gente leída —ahí Gabilondo y el aburrimiento serían referencia— y se consideran idóneos para el cargo porque, total, al carecer de capacidad crítica mejor obviarla. Así va Isabel Díaz Ayuso por la vida, arrasando al tiempo que sirve bocadillos de calamares. Tareas simples para cabezas… borradoras.

La ley de la trivialidad de Parkinson o el efecto del estacionamiento de bicicletas lo explica aún mejor: los partidos políticos dedican gran parte de la campaña a asuntos triviales. A medida que la dificultad del tema aumenta (la inmigración, las pensiones o la financiación de la Seguridad Social) la aportación de los candidatos se diluye o tienen que leer. De ahí que se tiren titulares como «vivir a la madrileña», «cambiar de pareja y no volver encontrártela nunca» o libertad. Sí, a simple vista parecen conceptos sencillos, pero nadie tiene ni puta idea de lo que significan. Mejor opinar sobre temas blandos y dejarle las nucleares a Tamara Falcó.

Por último, a nadie le gusta que le digan lo que no quiere oír. De lo contrario, el hechizo se rompe. Lo que importa es reafirmar los prejuicios del electorado, mantener ese halo de superioridad sobre la aleccionadora moral de la izquierda, negar evidencias incómodas. En definitiva, caer bien. Isabel sonríe delante de un fondo de flores rojas y estrellas y demuestra que sólo ella es capaz de impedir que la gente se meta en lo que de verdad importa. Y Madrid languidece sólo de pensarlo.

Ilustración: Thomas Matthews 

Solertad o libercismo

No se sabe muy bien qué sucede en España, nuestro mundo. Resulta que además de traiciones e infartos de miocardio, cada mañana asistimos a un fenómeno extraño: el significado de las palabras está cambiando, se difumina hasta alcanzar niveles dignos de una ficción de Pajares y Esteso. El ejemplo más claro es el eslogan de esa mujer de mirada e intenciones espurias: socialismo o libertad. Nótese el empleo, para nada casual, de la conjunción o que expresa diferencia, separación o alternativa entre dos o más personas, cosas o ideas. O eres de uno, susto y muerte de izquierdas, o eres de otra, la pizza con piña y de derechas. Elige. Y es ese punto cuando surge la necesidad de pensar por qué.

Así nos encontramos con que el socialismo del año 2021 es sinónimo de expropiación, quema de iglesias, supresión de privilegios, revolución bolivariana y castración de la iniciativa individual. Su significado, aunque resulte impensable, es otro bien distinto y aparece recogido en la RAE. En cuanto a la libertad, y sobre todo en un país llamado Madrid, su empleo está asociado a tomarte unas cañas y una de bravas cuando te salga de los cojones, olvidando que la propia existencia es el mayor acto de rebelión conocido. Lo sé, es complejo, pero se entiende mejor en el último párrafo. Y con una escena de la película «Easy Rider«.

Billy (Denis Hopper) le cuenta a George (Jack Nicholson) que el mundo se volvió cobarde, tiene miedo de alguien que vive encima de una Harley Davidson. George le explica que no tienen miedo de él, sino de lo que representa. ¿Miedo de un tío que necesita un corte de pelo?, replica Billy. No, tú representas la libertad, contesta George. De eso se trata, ¿no?, de ser libres, insiste Billy. Hablar de libertad y ser libre son cosas distintas, continúa George. Es complicado ser libre cuando te compran y te venden en el mercado, pero nada de recordarles que ellos no son libres porque entonces se cabrearán y estarán dispuestos a matar para demostrarte lo contrario. Se vuelven peligrosos. Pues eso.

Ilustración: http://www.tristaneaton.com

Jon Biden: la senda de la pérdida

Amanece y, aunque lejano, se percibe en el aire un murmullo procedente de la calle. Quizás no aquí, pero sí al otro lado del Atlántico y por tanto en la pantalla de nuestros móviles, caracolas pasadas por el filtro de la tecnología. Resulta que habrá un nuevo presidente a la cabeza de un mundo con cuatro polos convertido en antesala del frío y los días cortos. Pero así son las cosas y, pesar de la victoria, hay una gesto de tristeza en la pupila de Joe Biden, hombre-saco de 77 años incapaz de burlar el desgaste sufrido para ocupar el número 46 de una lista que incluye a algunos hombres buenos y otros detritos con la consideración de humanos.

Hijo tartamudo de un vendedor de coches y Catherine, Joseph Robinette Biden Jr. se licencia en Derecho y poco después, con apenas 29 años, alcanza el puesto de senador más joven del estado de Delaware, cargo que ostentaría hasta el 2002. Entre medias perdería a su primera mujer y a su hija en un accidente de coche y a otro hijo, también abogado, a causa de un cáncer de cerebro. Partidario de la guerra y de limitar la venta de armas ha tenido que enfrentarse a varias demandas por tocamientos inapropiados y a una denuncia por acoso sexual.

A pesar de todo, ha conseguido un sueño con tientes de pesadilla, por lo vivido con ojos abiertos y confrontar a un adversario que representa todo lo que la mitad de la población mundial detesta y venera a partes iguales. Al menos lo hace acompañado de Kamala Harris, probablemente la única razón para creer en el futuro, sea lo que sea que signifique una palabra que este 2020 se ha encargado de silenciar. Por esa razón hoy cualquier murmullo es recibido con una sonrisa rasgada. Me pregunto si le habrá merecido la pena tanta pérdida…

Ilustración: Daniel García

La puntilla del 2020 se llama Trump

Hoy la incertidumbre es tal que incluso los habitantes de Valdevacas de Montejo se han levantado antes de que aúlle el gallo para comprobar el resultado de las elecciones de Estados Unidos, un país cada vez más alejado del sueño que convierte nuestro paso democrático por la tierra en una pesadilla con tintes republicanos. A estas alturas de la broma, todos vivimos un poco entre Los Ángeles y Nueva York, ya sea por una lengua infiltrada en cada conversación de oficina, con sus meetings y afterworks, o porque la tienda de ultramarinos se desangra con cada pedido en Amazon. Y, aunque nos joda admitirlo, causa más desvelos que Trump vuelva a ganar que Abascal se ponga la chaqueta talla S de futuro presidente.

La cuestión que sobrevuela este plebiscito mundial, el de continuar con la política de las vísceras o, por el contrario, apelar a la mesura para calmar unos ánimos a flor de cactus, es la de una profunda decepción por haber llegado hasta aquí. Porque si un canalla de lomo blondo es capaz de mantenerse en el poder durante más de un mandato, entonces eso significa que su elección no se trató de un accidente, sino más bien del óxido de valores universales como la razón ante el insulto, de los apretones de manos por encima del matonismo.

Para añadirle más gasolina y una píldora de insomnio al asunto, sólo será posible conocer al vencedor cuando le salga de los cojones a Trump, como si la soberanía del pueblo se hubiera convertido en mera observadora de esta civilización en horas bajas. Sea cual sea el resultado, esperemos que favorable al superviviente Biden, nos quedará la sensación de haber perdido y eso, con el presente virando hacia la broma infinita, es garantía de una celebración silenciosa, algo muy 2020.

Ilustración: http://evavazquezdibujos.com/

El exilio interior de los votantes de Carmena

El exilio interior resume a la perfección lo que vivieron muchos ciudadanos que decidieron permanecer en su país de origen durante la represión que siguió a la victoria de diferentes regímenes totalitarios en toda Europa, y por ende en un mundo conectado por el 4G.

Algunos, no se sabe muy bien si por su escasa vinculación política (crítica) o simplemente porque tenían la hipoteca pagada y a los niños en edad de ir a la universidad, decidieron hacer el camino contrario al de intelectuales hirsutos, mencheviques, Buñuel, antifascistas de palabra y acción, Thomas Mann… sufriendo una enorme exclusión social muy similar a la que vivirían más tarde los «cobardes» que salieron corriendo con toda su vida contenida en una maleta de cuero desgastado.

En ese viaje hacia ninguna parte nos encontramos la mitad de los madrileños, votantes confesos de Carmena que, salvando las distancias, intentamos lidiar con la amarga sensación del que pierde algo ante la mayoría, mitad impotencia mitad rabia, unas irrefrenables ganas de irse a vivir a Alemania o a Malta, o directamente miedo porque el futuro se parece poco a un presente que, sin ser ni mucho menos perfecto, tenía un punto limpio en el corazón de la señora mayor con los ojos de adolescente perpetua.

Es verdad que con el nuevo alcalde Milhouse no habrá brillantes cuchillos bailando en la oscuridad de la noche, ni capuchas alrededor de nuestras cabezas, ni silencio en lugar de música o desaparecidos rebasados por la derecha —al menos en el carril bici—, pero, de pronto, como en un truco de magia desplegado dentro de una urna, esta ciudad se parece más al París del invierno infinito, a una postal sin un beso de despedida, a esa casa convertida en una jaula.

Ahora nos toca ser de ningún lugar y de Madrid al mismo tiempo.

Si votas a Vox eres un palurdo, pero muy bien representado

Admiren esas piernas de gladiador, esa mirada oteando el horizonte de España, «Una, grande y libre» (sobre todo la de Santi Abascal), esos brazos  en jarras por encima de las nubes, ese pecho, ese paquete.

Hay que reconocerlo: el «carnicero supremo» de VOX (no intenten buscar un significado para estas siglas porque no es más que un latinismo enraizado en la conciencia colectiva de aquellos que carecían de voz… hasta ahora) ha revolucionado el panorama político nacional apelando a los valores de siempre, esos que creíamos superados, pero que renacen en una maniobra de marketing burdo y efectista que, apelando a los sentimientos, a la bandera, a amar a la patria como a tus padres y otra vez a la bandera, ha calado entre los andaluces,  hartos de los excesos de un PSOE corrupto y necesitados de hacerse oír al otro lado de Despeñaperros.

Por una vez —y eso tiene un mérito indiscutible en política— si votas a Vox sabes exactamente quienes son tus representantes porque, por suerte o por desgracia, aquí no hay caretas: católicos, conservadores, toreros, fumadores de puros, antiabortistas, antifeministas, patriotas y toda la gama de fascistas que permanecía oculta entre el liberalismo preppy de Ciudadanos y el neoconservadurismo de pulsera del PP

Como siempre en este país hemos llegado tarde y a Santi Abascal se le adelantaron Marine Le Pen, las pateras repletas de personas en búsqueda de una vida digna, Trump, la enésima crisis que desató la ira contra los bancos transformada en una profunda indolencia, Matteo Salvini, las ideas de muros entre países con los mercados bursátiles volando sobre nuestras cabezas, los presos políticos en Cataluña, (…), material suficiente para que la bola fuera demasiado grande como para ser ignorada… hasta la irrupción de VOX.

Ahora ya lo sabemos; si votas a Vox eres un palurdo, alguien que no se ha parado a pensar en las consecuencias de imponer el bienestar de unos pocos frente a algunos más, incapaz de descifrar el misterio de una contra todas las opciones, de grande contra muchos pequeños, de libre frente a un espejismo que dura lo que Santiago Abascal tarda en sacarse su pollón en el pico de la montaña más alta y mee contra el viento. Esperemos que sea pronto…