Todo da pereza

Si el virus ha hecho estragos en nuestra realidad, últimamente, invisible pero implacable, la pereza hace acto de presencia. Está por todas partes. Sólo hace falta levantar la cabeza y escuchar las bocas de los otros, ese descuido en las cosas a las que estamos obligados. Si antes costaba mucho trabajo construir puentes, congregar masas o simplemente sacar adelante cualquier proyecto, ahora compensa aún menos. ¿Para qué? Se echan el doble de horas, se cobra la mitad y el resultado decepciona, no porque lograrlo haya perdido su sentido original, ese de sentirnos útiles, sino porque después de tanto tiempo inerte aspiramos a vivir tranquilos. El único problema es que hacerlo supone renunciar a parte de la vida tal y como la consumíamos, al movimiento, a la falta de tiempo para no hacer nada.

Tal vez se trate de una racha. O puede que todo haya cambiado tanto que no haga falta volver a lo de antes. Total, tampoco es que fuera la hostia. Sorprende la capacidad de adaptación y la desgana con la que nos enfrentamos a las mismas rutinas mientras el mundo gira en sentido inverso al esperado. Puede que la inacción sea un arranque, nuestra particular forma de seguir caminando sin bajar los brazos. Al fin y al cabo, alguien tiene que hacer el trabajo sucio, uno lejos del reloj y la prisa.

A un inglés se le ocurrió que debíamos de ser productivos 24/7, desayunar fuerte y arrojarnos al trabajo sin medida. Necesitamos un poco de quietud en horizontal y vertical, disfrutar del vacío en plenitud de facultades, un poco como los muertos pero inspirando el aire hasta el fondo de los pulmones, igual que un vacilo visto al microscopio, inmóviles, sonrientes y callados. De hecho, estoy faltando a mi palabra y con cada frase me alejo un poco más de mi propósito. Feliz lunes de pereza.

Ilustración: http://www.francescociccolella.com