El exilio interior de los votantes de Carmena

El exilio interior resume a la perfección lo que vivieron muchos ciudadanos que decidieron permanecer en su país de origen durante la represión que siguió a la victoria de diferentes regímenes totalitarios en toda Europa, y por ende en un mundo conectado por el 4G.

Algunos, no se sabe muy bien si por su escasa vinculación política (crítica) o simplemente porque tenían la hipoteca pagada y a los niños en edad de ir a la universidad, decidieron hacer el camino contrario al de intelectuales hirsutos, mencheviques, Buñuel, antifascistas de palabra y acción, Thomas Mann… sufriendo una enorme exclusión social muy similar a la que vivirían más tarde los «cobardes» que salieron corriendo con toda su vida contenida en una maleta de cuero desgastado.

En ese viaje hacia ninguna parte nos encontramos la mitad de los madrileños, votantes confesos de Carmena que, salvando las distancias, intentamos lidiar con la amarga sensación del que pierde algo ante la mayoría, mitad impotencia mitad rabia, unas irrefrenables ganas de irse a vivir a Alemania o a Malta, o directamente miedo porque el futuro se parece poco a un presente que, sin ser ni mucho menos perfecto, tenía un punto limpio en el corazón de la señora mayor con los ojos de adolescente perpetua.

Es verdad que con el nuevo alcalde Milhouse no habrá brillantes cuchillos bailando en la oscuridad de la noche, ni capuchas alrededor de nuestras cabezas, ni silencio en lugar de música o desaparecidos rebasados por la derecha —al menos en el carril bici—, pero, de pronto, como en un truco de magia desplegado dentro de una urna, esta ciudad se parece más al París del invierno infinito, a una postal sin un beso de despedida, a esa casa convertida en una jaula.

Ahora nos toca ser de ningún lugar y de Madrid al mismo tiempo.