Gaysper, mi fantransmarica favorito

De niños, los fantasmas nos visitaban en lo oscuro, cuando se apagaban las luces y papá y mamá dormían en la habitación de al lado. Rodeados de sombras y miedo, la oscuridad hacía su trabajo e invocaba a ese espectro tras la sábana que se resistía a morir, alternando el más acá con un poco de más allá, obligándonos a conservar los ojos insomnes de nuestro peluche favorito.

Resulta que el fantasma del fascismo se hace pulpa, también partido, y lo demuestra convirtiendo el movimiento LGBT en objetivo paramilitar, como si amar a otro por encima del género de la carne fuera motivo de una lucha que, con la ayuda del marketing, termina convirtiéndose en votos.

Ahora el fantasma es de colores y lleva dentro a millones de personas de agua, huesos y alma. Y no solo eso. Para sorpresa de muchos, la imagen de aquel espectro que se nos aparecía en sueños surge como símbolo de lucha, pero no una de uñas y dientes, sino de colores vibrantes, una manera de estar en el mundo sin levantar el puño y sí muchas sonrisas, diciéndole a esos machirulos de la patria que vale, que también hay sitio para ellos, pero no en este plano de la realidad.

Porque ahora, les guste o no, la realidad bajo la brillante luz del día o el filamento de una bombilla nocturna es diversa, gay, trans, hetero o cualquiera de las múltiples variables que se le puedan ocurrir a un ser humano que da menos miedo, que convierte un espíritu errante en el símbolo de la vida con mayúsculas, en una causa.

Y sí, los fantasmas existen, se llaman Gaysper y están invitados a meterse conmigo en la cama cuando quieran.