De la inutilidad de los hombres

El cine como revelación. Parece que necesitemos mirar una pantalla para ver la realidad. Toda la vida entre hombres, hombres cargando con el peso del mundo, hombres que hablan alto, hombres que se cagan en Dios, hombres y más hombres. Pues bien, en «Cinco lobitos», lejos de Madrid y más cerca del mar, sin juicios ni señalamientos, se obra un milagro cotidiano: los hombres, en general, son unos inútiles.

Entiéndase inutilidad como cualidad de lo inútil, talento para parecer un mueble dentro de casa. Porque los hombres han dado forma a un mundo parido por mujeres, una obviedad que muchos olvidan. Ellas, jóvenes y viejas, preparan la comida y dan de mamar, tejen vínculos, asumen la pérdida de sus carreras en un gesto de amor tan fiero como humano. Por supuesto, se trata de una decisión consciente. Quizás, por esa razón, ellos prefieren ausentarse. Las tareas nunca tuvieron género. Y, sin embargo, lo tienen.

Hay hombres que colaboran, aunque lo intentan menos. Se retratan al caminar alrededor del parque empujando el carrito con desgana. Al llegar a casa, entregan el paquete sabiendo que hay una madre agotada al otro lado. Los niños están hartos de explicarles las cosas a los hombres. Por eso lloran. Todavía hay hombres que no son padres a pesar de tener hijos y, algún día, habrá madres con la ayuda de hombres llamados padres. Entonces, una película tan maravillosa ya no será tan necesaria.

Esos hombres que lo explican todo

El amor siempre sirvió para entender este y cualquier otro mundo. En cambio, son hombres los que se empeñan en explicar cosas, todo el tiempo, también cuando nadie les pide que lo hagan. No pueden evitarlo. Ellos, señores todos, preguntan sabiendo la respuesta, como si el uso de interrogativas en su boca fuese la excusa para demostrar lo que dominan y saben de memoria. A fin de cuentas, este es un mundo de hombres que lo explican todo. Y así va.

Porque a esos hombres que lo explican todo les cuesta reconocer, primero, que sus explicaciones no hacen falta. Segundo, y en otro rango, que lo que le importa a la mayoría —más allá de tendencias y afters— está sujeto a la ley del orden y el desorden. Entonces, bajo una luz como pintada, siempre aparece un tío con jersey de cuello alto que pretende darle sentido a la existencia. Él sabe de esto, mucho, pero mucho se equivoca el que cree que las palabras sirven para algo. Quizás para decorar la noche con estrellas.

Hay menos mujeres que lo explican todo. O al menos son discretas en su intento de demostrar nuestra falta de adaptación al medio. Puede que sea un problema espacial, puede ser por culpa de los hombres. Decía un pintor con bigote que «el trabajo de un hombre es la explicación del hombre», una frase certera y también triste. En 2023 parece preferible una mala explicación que no dar ninguna, lo que nos induce a un error de género. Entonces regresa el amor para salvar el mundo. Lo hace siempre, con un silencio que lo explica todo.

Ilustración: Alex Colville

Irse de putas

Hay en la expresión «irse de putas» el eco de una tristeza, como si ese verbo de hombres no fuera más que la medida de su anhelo. Tras la preposición y tres pasos por detrás, mujeres de pupilas bajo una bombilla, pomada de palabras por dinero. ¿A dónde van los tíos cuando pagan? Lo más lejos posible, de ellos y su vida, claro, casi siempre al lado de casa y en manada, particular manera de repartir culpas o hacer biografía de duchas, condones y jabón de manos. Luego está el cliente habitual, nunca putero de tabique para adentro, convencido de que no hace daño a nadie, digno. Se limita a descargar en un reservorio de piel sin estatuto, cuerpo que se emplea. La esclavitud como forma de libertad sin cargos de conciencia era eso.

Prostitución, extraño maquillaje. Quizás la fidelidad tenga sentido en su intercambio. Porque el hombre vuelve. La puta mira con ojos de otra parte, por eso cobra lo que corresponde. A cambio, otro nombre escrito en otra almohada. Carne sin labios de por medio. Después la charla para encontrar el calcetín y las razones que la llevaron a ensuciar sábanas por horas en compañía de extraños. Con una puta el presente se deshace, sucede igual con los amantes. Mientras, el futuro abre un sueño de semen encharcado.

Estuve con dos. Fueron noches de ángulo muerto que aún me asaltan. Siempre culpé a los amigos. Yo no quería. Y no querer implica hacerlo. ¿Qué cambia en nosotros el sexo de pago? Extraña transición hacia la hombría. La primera vez, al terminar, hablé con ella. Recuerdo su olor a droguería. Me besó antes de cerrar la puerta. La segunda fue mi gran derrota. Nunca más volveré a hacerlo. Hay demasiada pena involucrada, demasiadas raíces en el fondo de una cama, de una luna.

Ilustración: Guy Billout