Blue Monday, el día más triste del año

Me entero hoy, lunes prediluvio y poshelada, que allá por 2005, Cliff Arnal desarrolló una fórmula matemática para demostrar que el tercer lunes de enero era el día más triste del año. Compuesta de variables tan absurdas como el clima, la deuda tras las Navidades y el tiempo que uno tarda en asumir la improbabilidad de los propósitos del tiempo entrante, sirve para recodarnos dos cosas: una, que nunca hay que dejar el algoritmo de la felicidad en manos de psicólogos y dos, que reducir el bajón de la existencia a un sólo día es, cuanto menos, una temeridad. Lógicamente, este hombre poco o nada sabría de pandemias, del futuro —ahora presente— convertido en una indeterminación mayor de lo que viene siendo ya de serie, y por entonces tampoco se habría muerto el productor Phil Spector. Porque la tristeza es un término tan líquido que ni siquiera cabe en la canción «Blue Monday». Y eso que dura siete minutos y medio…

Así nos encontramos con que lo que para uno es motivo de gozo a otro le produce urticaria, incluso dentera. En mi caso, la música para bailar rima con parálisis y el llamado «muro de sonido» del señor Spector es, en realidad, una manera de difuminarlo aumentando el número de capas, contradicción implícita en las lágrimas que lloramos para sentirnos mejor o la pena como «valla entre dos jardines».

Es por tanto necesario reformular la fórmula, empezarla y acabarla con silencio, más que nada porque la ausencia de sonido resulta en una muerte en vida. De hecho, una canción tan aciaga como «Tears in heaven» tiene la capacidad de arrojar luz, e igual sucede con «Hurt» o «Al Alba«. Al final el día más triste del año es aquel en el que no suena música, ni diegética, ni dentro del torrente sanguíneo, ni en el patio de vecinos. Dime, ¿cómo me siento?, preguntaba Bernard Sunmer. Pues más triste si no te escucho, eso seguro.

Ilustración: Peter Saville