Maradona arranca por la derecha

Para los ateos, la figura de Maradona, a veces Diego, es lo más parecido al Mesías, tan humano como cualquier niño del policlínico Evita y a la vez inalcanzable como la gloria del gol contra Inglaterra. Y lo es por la sencilla razón de que en una sola persona se congregan el comienzo del partido y la crucifixión, la hora de la Argentina en la muñeca derecha y la local en la buena, el balón como credo y el hombre que es más hombre por la gracia de sus múltiples Judas. Entre medias, un mundo a las bandas, expectante ante la próxima jugada dentro y fuera del estadio, ansioso por entrarle por detrás para admirar su resurrección en el noventa. Porque si algo tenemos claro es que Diego Maradona nunca muere, a pesar de que su corazón ya no nos lata. De ¡Santa Madonna! a Gennarmando pasando por el vicio del sábado noche. Y por eso su historia se cuenta por revanchas.

Gracias a él los perros y los niños llevaban pelucas, los escépticos poníamos la tele cuando hacía de una bola de papel el centro de todas las miradas, y por fin el Sur existía ante la maquinaria de los ricos, esos que le hacían vudú con el diez a la espalda y veneraban en privado, los mismos que sonreían aliviados al verle transfigurado en Maracoca un miércoles para después marcarles tres goles el sábado a la tarde. Y él no se callaba, ni dentro ni fuera. Será porque los genios tienen el don de la inoportunidad, incluso en los descansos.

Más allá de odas y panegíricos el mayor mérito del Barrilete Cósmico fue ser auténtico a todas horas, ante cualquier oferta o adversidad, algo que por otra parte resulta mucho más meritorio que interpretar a Jesucristo en su versión albiceleste. Si eso no es ser divino entonces que baje Maradona y lo vea; desde las alturas el mundo se parece menos a aquella pelota cosida a sus pies. A10s, Dieguito.

Ilustración: http://rinckscreative.com/