Esa foto en la que tienes la edad de tus padres ya de viejos

Sucede al acercarte a los cuarenta o rebasarlos. Entonces miras las fotos de tus padres, viejas fotos, padres viejos que, ¡oh, milagro!, tenían tu edad de ahora. Ahí dejas de hacer pie, flipas. Madre, su esposo y al otro lado uno que podría ser de su pandilla y que resulta que eres tú. Joder, ¿soy tan mayor? No se sabe si mucho o poco, pero, llámate loco, has alcanzado la edad de celebrarte. Eso de la crisis asociadas a apagar velas se reduce a una mera anécdota. Prueba superada, ya eres tu propio antepasado. Felicidades, ¿sigues vivo?

Pues la verdad es que sí. La alternativa pasa por una esquela o un concierto póstumo al que asistirían tus hermanas, algún amigo calvo y la taquillera. Y la genética se impone: sacaste las ojeras de padre, la nariz aguileña de mamá, esa mirada que sujeta el apellido, aunque el único honor de la familia reside en el pelo y la piel que te dejaron. Lo bueno se apreciaba en tus recuerdos de primera comunión y orla universitaria, un tiempo en el que seguro seguro eras el hijo que tus progenitores concibieron.

Cierto que la mirada del que cumple décadas y dicenios se amplía, frena, incluso va librándose de fardos y mierdas asociados a la juventud. Observas la fotografía y el mundo con detenimiento, puede que más fofo o con dolor de espalda. Sin embargo, la serenidad a la que apelan los cursis te permite lidiar con esta tragedia tan fieramente humana. Puede que, en realidad, se trate de un motivo para sonreír y darte cuenta de que envejecer sigue siendo la única manera de vivir mucho tiempo y no sentirte viejo. Y eso es arte hecho familia y estaciones.

Ilustración: http://www.stephan-schmitz.ch

El cumpleaños de Bob Dylan

Tenía que caer en lunes. Hoy es el cumpleaños de Robert Allen Zimmerman, el otro Bob Dylan. El primero cumple 80 años; el segundo pasa de esas mierdas. Y es que si algo define la vida como concierto infinito es el misterio. Porque el chico de Duluth siempre estuvo en contra del titular y su propia biografía, de lo que sus fieles esperaban del infiel al mundo. Cosas del aspirante a que le dejen en paz. «Nunca vas a ser más increíble que tú mismo», dijo mientras encendía un cigarrillo. Palabra de Bob.

Así ha pasado ocho décadas, siendo consciente de que ser libre implica responsabilidades que ni uno mismo es capaz de entender, pero que se parecen bastante a abrir los ojos con el canto del gallo y acostarse sin sueño. Entre medias fue ídolo de toda una generación con flores en el pelo, después enemigo eléctrico, más tarde cantante de voz de clara de huevo en «Nashville Skyline«, cristiano y vaquero, voz de alquitrán otra vez, hasta terminar vendiendo toda su obra por 300 millones de dólares. Rechazó otra oferta por 400 y casi el Nobel. Todo my Dylan.

Lo mejor de todo es que después de cientos de canciones sigue siendo un gran desconocido, incluso para los que creemos conocerle. Es más, ¿quién se atrevería a decirle qué tal va todo, Bob? Uno se imagina en una barra con Paul McCartney o Paul Simon, compartiendo un vaso de leche y unos altramuces. Frente a Dylan sentiríamos la extrañeza del video «We are the world«. Por una vez la respuesta no se encuentra flotando en el viento. Y está bien así. Felicidades, querido; seas quien seas.

Ilustración: http://www.pivenworld.com

FaceApp: la única aplicación que nos muestra la realidad

Justo cuando estábamos hartos, milésimas antes de que comenzaran las competiciones veraniegas para demostrar quién está en la playa más espectacular, con su novio más ciclado sometiéndose a una cura a base de zumo detox y desayunos ricos en fibra y leche de cabra, justo en ese instante ya futuro llega la mejor aplicación de la historia (vetusta). Viejos y viejas, con todos ustedes FaceApp, la máquina de la verdad.

Para aquellos que siempre llegan más tarde decirles que el programa en cuestión —construido sobre un sistema de Inteligencia Artificial conocido como Red Neuronal— es el más descargado del mundo en estos momentos, y tiene, entre otras opciones, la capacidad de transformar a los negros en versiones lechadas de ellos mismos y a los más jóvenes en lo que realmente son, es decir, futuros fósiles escondidos dentro un amasijo de músculos, huesos y tendones con la capacidad de deteriorarse cada día. Así, por la cara.

Y es que si alguien está dispuesto a mirar de frente al horror terminará siendo testigo, gracias a la imaginación maquiavélica de sus creadores rusos —arderéis en el infierno, ublyudoks—, su propio rostro, pero envejecido de tal manera que uno no puede evitar pensar qué cojones hace su padre y su tío Ignacio ocupando lo que en principio es una cara sobrada de colágeno. Y no puedes parar, y cuando se te pasan las ganas de vomitar haces lo mismo con el amigo Luis en pelotas —no funciona con las gónadas—, con su hija pequeña o tu mayor enemigo, y te ríes al comprobar que estás igual de viejo veinte años después y no puedes evitar derramar una lágrima sobre tu vientre fofo, y si utilizas la mejor foto de tu mujer ella directamente te escupe a la cara y gritas en desde tu terraza: «¿Carmena, por qué nos has abandonado?».

Admitámoslo de una vez; lo que de verdad nos preocupa a partir de los treinta no es el amor, ni el trabajo y mucho menos el futuro de nuestros hijos, sino la edad, en particular ser invisible a los ojos de la carne fresca y conocer a un arqueólogo, la única persona que sabe a ciencia cierta que envejecer es triste y que la juventud está sobrevalorada. Sobre todo para los meros espectadores, tú, yo, nosotros, ellos.

Porque en algún momento de nuestra vida nos sentimos como Michael Jackson. Y sin parque de atracciones ni filtros, joder…