La escena es rara. Tres hombres bastante altos en traje y corbata —parecían recién salidos de un consejo de administración— y un profesor de hombros encorvados tras un jersey 108 Revolt Clothing que juegan a lanzar mensajes antes de ni siquiera comenzar a hablar. Frente a ellos, una Cleopatra del siglo XXI y un señor con canas, los moderadores de una noche aciaga.
Lo curioso es que los dos señores aburridos de los extremos, KKKasado y Rivera, parecen la misma persona, no solo por compartir cabeza de aceituna picual y ojos vidriosos de after, sino porque representan las dos caras de una moneda desprovista de cruz, en este caso, un águila bordada en una bandera con el lema: «Dos, pequeños, siervos del poder en la sombra«.
En el centro de la imagen catódica, la izquierda, representada por un superviviente con marcas de acné y un joven idealista greñudo que muta en madre pacificadora entre Pinochos, golpes bajos, cuchillos, rollos de papel higiénico y supuestos libros escritos por supuestos intelectuales con tendencia por las jovencitas y los Dry Martinis.
Resulta que acaba el debate y uno tiene la sensación de que nada ha cambiado. Los votantes de izquierdas se toman un ibuprofeno y se secan las lágrimas con un ejemplar de «La revolución permanente» con las páginas pegadas, y los de derechas se reafirman en lo que ya sabían: que en días como estos, el mediocre de Rajoy es más necesario que nunca.
Apago la televisión y escucho el ruido y la furia que tamborilean mis sienes. Resulta que, en este combate que ha ganado Vox por incomparecencia, perdemos todos.
