Tu frigorífico eres tú

Abrir un frigorífico es desvelar un secreto o un desnudo. Porque dentro de esta caja fría hay dietas, un trozo de brócoli embalsamado y el único algoritmo con vida. También procesados, familias felices fuera de plano, desgana y falta de tiempo para lo importante: comer, amar, comer y amar. En la nevera de la imagen cada balda representa un hábito. Arriba, con su queso y una loncha de salmón noruego, el sueño. En medio, esa pasta rellena de nueces y lo que parece pera, nunca plátano, música. Más abajo, mantequilla y un limón cojo. En el subsuelo, patatas cocidas, escarcha y aire. El usuario de esta nevera está en pleno tránsito. Y no llega.

Ante el vacío, uno recuerda esos frigoríficos hasta la bandera. El blanco apenas visible entre tanto verde, todo por colores y calorías, leche de origen vegetal, animal y otros, y una promesa de que el mundo no pasará hambre. La responsabilidad es un frigorífico lleno. Los frigoríficos vacíos recuerdan tiempos de escasez. Luego están los frigoríficos tristes, eternos aspirantes a granja consumida por la desgana y el ambiente de los supermercados. El estado de tu frigorífico es el estado de tu mente.

Hay días en los que Dios o sus restos se nos aparecen. Sucede al llegar tarde o muy pedo. Ante la nada siempre encontramos una nueva combinación hecha de frío: chorizo con sardinas, patatas para empujar y nata montada con un mango. Engullimos. Después, dormir es aquel juego de juventud. Dime cómo es tu frigorífico y te diré quién fuiste. Ahora toca ir a la compra para reconstruir una vida acercándose cada día un poco más a una nevera portátil, al mar como única despensa. Y adiós, tristeza.

Pablo Casado no entra dócilmente en la noche

«No entres dócilmente en esa buena noche, que al final del día debería la vejez arder y delirar; enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz». El mundo no ha cambiado tanto desde que Dylan Thomas se dedicara a decorarlo. Ahora, en la modernidad mal entendida, asistimos a un renacer de las sombras como el valor indispensable para conquistar al pueblo, o más bien sus votos. Reconozcámoslo; la democracia es una urna sombría, de ahí que se premie a la Isabelita, la más graciosa de la clase. Siempre con algo mascado y para todo dios, y si es una gilipollez estupendo porque viaja a la velocidad de la luz. Entonces llega Pablo Casado con su «a la izquierda sólo le gusta la energía solar. Y a mí. Pero es que antes de ayer, a las ocho de la tarde fue el pico de consumo eléctrico y a esa hora, no sé si estabais por aquí, no había posibilidad de que emitiera porque era de noche». Y a tomar por culo todo.

Fijaos en el ritmo interno de estos versos. Agitan la sombra de la duda que apaga las luces, las de Iberdrola y las de un mocoso que interroga a su padre sobre el misterio. Sí, hijo, el mundo es un enigma, también para los adultos. Sin embargo, Casado tira de lógica de partido. Y claro, si esa es la lógica de un futuro presidente, ¿cuál será el reverso tenebroso de un país? Entonces uno llega a la conclusión de que las cosas son lo que queremos que sean y que quizás, sólo quizás, tenga razón. Da igual. La verdad importa más bien poco y a esa hora ya había anochecido, también en la mitad pepera del planeta. ¡Pablito, presidente del país de la alegría! De noche se saca los estudios.

Dylan Thomas llamaba a la rebelión de hombres graves y buenos, padre incluido. Creo que fue demasiado ambicioso. La inteligencia y la claridad escasean más que los microchips y los semiconductores. Se venden mal, poco y tarde. Puede ser que la cercanía de la muerte nos apague y nos revuelva, pero merece la pena ir ardiendo con un par de pupilas ciegas, brillantes como meteoros y cohetes amarillos. Ayudan a entender que los necios deciden mientras los sabios deliberan… ante la inminente llegada de las sombras. Así no hay forma de entrar dócilmente en lo que venga. Buen día muy noche.

Ilustración: http://www.charliedavisillustration.com

Las eléctricas nos follan… y no hacemos nada

Pues resulta que las eléctricas no sólo nos follan desde haces meses, sino que cuando les imponen medidas para frenar su lucro incesante (358,2 millones de euros netos desde enero) sacan pecho y amenazan con las nucleares. Así bajan los contagios, la factura de la luz bate récords en la historia universal de la ‘inmafia’ y ellas, ¡oh, todopoderosas puertas giratorias!, imponen su ley entre una clase trabajadora ahogada. Por su parte, los pudientes pasan el mal trago tomando el sol y los ricos miran hacia otras latitudes, Suiza o algún paraíso sin calefacción. El caso es que nadie protesta más allá de Twitter, ya ves tú… Y claro, si los españoles somos potencia mundial en manifestaciones (uno de cada cinco salió a la calle este año), ahora cuesta entender este inmovilismo patrio. Aquí la clave antes del frío.

Después de meses de penuria parece que lo que toca ahora es aceptar la realidad lejos de los postulados de la ciencia. Pagamos lo que nos pidan, más sabiendo que una huelga de consumo incrementaría (aún más) el coste debido al sistema de subastas. ¿Poner una lavadora sale por 46 céntimos? Dios, qué paz saber a qué atenerse. ¡Nada de pollo a precio de solomillo, somos consumidores racionales y limpios! Además, da gusto ver el salario mínimo estancado en 950 euros frente al incremento del 195% de la luz. Dónde estarán los negacionistas del precio de la electricidad cuando se les necesita…

Cabe preguntarse por el límite, el de esas empresas dispuestas a maximizar beneficios por encima del bienestar y el de los ciudadanos que callan ante la peor de las injusticias. Porque la democracia, esa palabra con la que muchos se llenan la boca, se demuestra cuando el pueblo decide, y ahora ha decidido aceptar lo inaceptable. Resulta que el enemigo al que nos enfrentamos ni siquiera está en los consejos de administración o el Congreso, somos nosotros en su peor versión, esa del vivir y perder, pagar y callar. ¡Luz cara, más luz cara! Concedido.

Ilustración: The Project Twins

Los gatos de las mujeres con gatos

Desde tiempos inmemoriales, los gatos y las mujeres han formado parte de la mitología secreta del ser humano. Representaciones del misterio, reinas sumergidas en leche de burra, criaturas de mirada huidiza, guardianes de un espacio vital que no siempre obtuvo la visibilidad que merecía; resurgen ahora en todo su esplendor, bajo la luz de un prisma nuevo, más humano, menos raro.

Y es que allá por donde mire veo mujeres y mujeres con gatos. Están por todas partes: en las stories de Instagram, en las fotos de poetisas y directivas de empresa, sin pelo y con morros chatos, entre mantas de vivos colores y bebederos de acero inoxidable.

A pesar de ello, los hombres siguen insistiendo en que no hay manera de entenderlas. Ni a ellas ni a su relación con esos felinos imprevisibles que se alegran de verte a su manera, sin mover la cola pero contando una historia enredada entre maullidos. Dicen que están locas, que por eso están solas y encuentran en los gatos la compañía que la vida les niega.

Quizás sea una cuestión de mirar despacio, de leer los pie de página de unas señales que, a pesar de clavarse como uñas afiladas sobre la piel, terminan relegadas a los confines de reinos bajo la cama. No sé, no me gustan los gatos —tampoco los perros ni las palomas— pero observándolas a ellas los entiendo mejor. Joseph Mery tenía razón: «Dios creó al gato para darle a los hombres el placer de acariciar a un tigre.»

Y la luz de los gatos ilumina mi vida de hombre triste.