Talibanes, es peor de lo que pensábamos

Como siempre el humor viene en nuestra ayuda, fleta un avión lleno de tíos y nos pone delante de un espejo. La imagen que proyecta duele, hace añicos todos los valores de un Occidente supuestamente cívico, demócrata, ejemplo de convivencia para el resto del mundo a oscuras. La realidad supera a esta ficción de muchos consolidada por los medios y rentabilizada por jeques, deportistas y señores de la guerra. Así, Qatar, principal apoyo del gobierno talibán, despliega su particular burka por los campos de fútbol europeos ante la mirada incómoda de presidentes en traje y sandalias. El cinismo reina a sus anchas, en Afganistán y Francia, en Kabul y Navalacruz. Y la cosa no deja de empeorar ante la avalancha de manifestaciones en favor de esas mujeres entre la sharia y la navaja, como si colgar fotos o proclamas fuera a acelerar su desalojo.

Sí, quedarse de brazos cruzados parece la peor opción en estos casos, aunque manifestarse un día en redes tenga el mismo efecto. La conciencia se despierta cada día, en la paz y en la guerra, y eso a Europa le interesa más bien poco. De ahí el fútbol convertido en dogma, el yate de C. Tangana como ejemplo de empoderamiento y la falsedad más descarada. Será porque los líderes de los países libres también esconden su verdadera cara bajo una máscara que les cubre hasta los pies. ¡Vayamos todos a comprar la nueva camiseta de Messi para curar las penas!

Cierto, es peor de lo que pensábamos. Sobre todo cuando nos paramos a pensar, justo lo contrario de la fe y la creencia. Esperaremos al fin de las vacaciones para que las cosas se calmen y volvamos a la rueda de lunes a viernes. Algo estamos haciendo mal. Debe de ser el calor y la falta de hidratación. Acojona darse cuenta de que «en tiempos de hipocresía cualquier acto de sinceridad se viste de cinismo». Chico, ponme otra.

Ilustración: http://www.charliehebdo.fr

Ávila no existe, arde

Ávila no existe y por esa razón arde. Incógnita es el misterio de las llamas. La chispa se inicia en el motor de un coche y Navalacruz Cepeda de la Mora brillan en el mapa del humo y la pérdida. «Así se consumen los veranos», dice un tonto; «papá, ¿sabes que han atropellado a un bombero, eh?», afirma el niño invisible mientras el padre graba una muralla púrpura y densa que cerca la ciudad amurallada. En la capital la vida continúa en las bombillas de los coches y las farolas, estrellas frente a un paisaje de perfil inalterable. Cambia el color y la vida de aquellos que hacen del campo su lumbre, su pan, su sueño.

El delegado de la Junta pide comprensión. Los vecinos de Sotalbo, Palacio, Villaviciosa Robledillo —los nombres proliferan a la misma velocidad que el fuego mata— regresan a sus casas a por pan y azadas, organizan la ayuda entre la angustia. Hombres sin hambre; mujeres sin nombre. Y las noticias prefieren mirar hacia otro lado, lejos del ganado convertido en ceniza, a años luz de un bañista que se sumerge en el Mediterráneo. Extraño observar la infancia quemada, imposible describir el daño. «Historia, escoria» escribía Ángel.

En días así, la puesta de sol imita a una bola de fuego y la huella del incendio continua ardiendo después de su extinción. Porque hay un antes y un después de la quema, una toma de conciencia de lo que una vez fue, tuvimos, disfrutamos que ahora es nada. Decir que estamos con Ávila suena raro. Sin embargo, reconforta creerlo. Incluso un lugar que no existe puede convertirse en el centro del mundo, al menos el tiempo necesario para apagar el fuego con agua, tal vez con lágrimas.

Ilustración: «Número 14» Mark Rothko