Rodillas

La primavera trae rodillas. Están por todas partes. Abultadas, asimétricas, llenas de colgajos alrededor de una órbita de hueso, planas, flores, únicas. Somos lo que somos de rodillas y ellas nos trajeron hasta aquí. Por eso pierden protagonismo frente a la escasez de ropa y las piernas de los otros. Fémur, rótula y tibia irrumpen con fuerza en una sola palabra, como si hubieran vivido en la clandestinidad y necesitaran aire, poco espacio en los vagones del metro o en una calle en la que practicar el movimiento hacia el verano. Si tuviera que elegir una parte del cuerpo seria una rodilla. Nunca mienten. Y eso que son dos.

Las rodillas jóvenes cuentan poco por culpa de la prisa. En ellas hay heridas frescas, un tono más de piscina, la posibilidad de llegar al infinito y más allá. Las viejas, en cambio, vuelven de revival, reclaman espacios que dejaron de pertenecerles, traen recuerdos de la primera vez en bicicleta y un padre orgulloso acompañando el giro. ¿Os acordáis de cuando la rodilla era un territorio virgen? Ellas tampoco. Se dedicaron a avanzar y avanzar, impactaron contra el suelo. Y se levantaron. El pasado… para los cobardes.

Todas las rodillas son bonitas. Solamente hay que darles tiempo, observarlas sin prejuicios ni cánones. A pesar de todo, casi nadie está conforme con las suyas. Será porque los defectos (propios y ajenos) comienzan donde terminan esos horribles pantalones cortos. Mis preferidas recuerdan a las conchas y brillan cuando el sol está más alto. Hay mas rodillas que personas en el mundo, representar el deterioro y la materia, siguen a la mente y a sus pasos. Aquel que inventó la rueda le hizo un flaco favor a las rodillas. Quedan cuarenta y un días para hundirlas en el mar. De ahí esta oda.

Ilustración: Alex Katz

Oda a los mayores

Ocho de cada diez fallecidos por Covid-19 son mayores de setenta años. Repito invirtiendo los elementos de la oración; el 86 % de los fallecidos son ancianos. ¡Y qué poco importan los años si uno se siente joven! Sin embargo, el virus los encuentra y convierte en roca sus pulmones, al contrario de esta sociedad que prefiere arrinconarlos. Porque al menos los muebles terminan en un punto limpio y ellos, en cambio, son una triste placa conmemorativa, un ramo de crisantemos y un recuerdo. Con su muerte perdemos, una vez más, nuestra memoria.

Ahora se hace más patente que nunca que la juventud está sobrevalorada. ¿Qué es lo que han hecho durante la pandemia? Molestar en casa, preguntar «¿cuándo salimos?», hacer canciones ligeras, tirar de la cadena y pasarse el Fornite, abarrotar unas terrazas que no saben igual porque no hubo primavera. Qué cosas. E insisto, no es la edad, es la cabeza.

Yo soy un hombre que siempre se sintió mayor y por eso quiero honrar lo que hicieron porque tocaba, su labor invisible en un mundo-mascarilla, sus historias, esas manos frías y cubiertas de meandros, el jugo y la llama que ahora son espejo del silencio. El resto seguirá a lo suyo, quemando libros, despreciando la experiencia en la pantalla. Es curioso; todos somos más viejos que hace tres meses, precisamente porque en todos pesan más los recuerdos que las ilusiones. Esta es mi oda a los provectos. Empieza y termina con un gracias.

Ilustración: https://www.yamamotomasao.jp/