Oda a los mayores

Ocho de cada diez fallecidos por Covid-19 son mayores de setenta años. Repito invirtiendo los elementos de la oración; el 86 % de los fallecidos son ancianos. ¡Y qué poco importan los años si uno se siente joven! Sin embargo, el virus los encuentra y convierte en roca sus pulmones, al contrario de esta sociedad que prefiere arrinconarlos. Porque al menos los muebles terminan en un punto limpio y ellos, en cambio, son una triste placa conmemorativa, un ramo de crisantemos y un recuerdo. Con su muerte perdemos, una vez más, nuestra memoria.

Ahora se hace más patente que nunca que la juventud está sobrevalorada. ¿Qué es lo que han hecho durante la pandemia? Molestar en casa, preguntar «¿cuándo salimos?», hacer canciones ligeras, tirar de la cadena y pasarse el Fornite, abarrotar unas terrazas que no saben igual porque no hubo primavera. Qué cosas. E insisto, no es la edad, es la cabeza.

Yo soy un hombre que siempre se sintió mayor y por eso quiero honrar lo que hicieron porque tocaba, su labor invisible en un mundo-mascarilla, sus historias, esas manos frías y cubiertas de meandros, el jugo y la llama que ahora son espejo del silencio. El resto seguirá a lo suyo, quemando libros, despreciando la experiencia en la pantalla. Es curioso; todos somos más viejos que hace tres meses, precisamente porque en todos pesan más los recuerdos que las ilusiones. Esta es mi oda a los provectos. Empieza y termina con un gracias.

Ilustración: https://www.yamamotomasao.jp/

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