Del puto Brad Pitt

Están los hombres, pausa; luego está ÉL. Se llama Brad Pitt, tiene la edad de mi abuelo antes de morir y es, sin lugar a dudas, la criatura en conserva más hermosa del mundo. Y es que Brad va en contra de toda lógica. También de la vida y de su ritmo. Mientras los demás nos deshacemos, este rubio de bote renace cada año, como si la belleza estuviera a expensas de velas, divorcios y gravedad. Nadie lo entiende. Podría deberse a la genética, a su pecho de Oklahoma, ¿toxina botulínica? Chorradas. Brad Pitt representa el amor en la Tierra. Y eso nunca pasará de moda.

Es complicado mirarle y no sentir envidia o una necesidad irrefrenable de arrastrarlo a una cama, cerrar la puerta con doble vuelta e ingerir la llave. Normal que haya tenido seis hijos… Porque Brad —hay confianza— es esa esperanza a la que aferrarse, una muestra del envejecimiento made in USA que golpea al español medio con su mirada libre, más serena, más verde. Sí, la juventud es todo menos ciega, de ahí que la presbicia no impida disfrutar de él en una sala a oscuras, en un baño. Siempre nos quedará Brad Pitt, siempre.

Cuando sea mayor quiero ser Brad Pitt de viejo. También quiero su pelo, ese pecho sobre un tejado, quiero esas orejas chiquititas, esas arrugas de cirujano, esos labios en los que anida el colibrí. En el fondo, mirar esta fotografía me acerca a mi propia muerte y lo que es aún peor, a la muerte de casi todas mis aspiraciones. Con Brad se entiende que el antónimo de la belleza nunca sea la fealdad, sino la indiferencia. Y está bien que, por una vez, nadie la sienta al mirar a los ojos de un hombre solo, triste, inalcanzable. Brad, te amo.