He limpiado debajo de la cama

Si hay otros mundos ahí fuera están debajo de la cama. Nada que ver con monstruos o ventanas de tobillo para abajo. Porque entre la niebla, como si de un puente lejos del sueño se tratara, aparece el desperdicio, ese que va por dentro y no hace ruido, el importante. Bolígrafos de punta fina, monedas fosilizadas, parte de la tarima que sobró, piel, pendientes, pilas. Y sobre todo polvo, uno sin estrellas cerca, jerséis tejidos con ruecas sin memoria. Y ventilas. El portero saca la basura, pero el polvo se queda a vivir dentro del polvo, resiste las corrientes y el empeño de los hombres por dejar correr el tiempo. De la montaña a la casa, de la casa a un lugar de noche siempre.

Nadie vino del polvo acorralado, animal granítico. Las heridas son primas hermanas. Distinto tuétano, misma resistencia el paso de los días y el plumero. En polvo escribes, a sus dominios vuelves porque todo era y será polvo, incluso lo que ya dejó de ser, más polvo. Al sacudirlo, ¡dale, dale!, vuelve a la vida, se dispersa bajo la luz de canto donde la magia opera. Extraña trayectoria, arriba, a un lado, más abajo. Luego recupera su rincón como los gatos. Nada se puede hacer para evitarlo. Bueno, observar su trayectoria de copo de nieve sin épica, un truco.

Así he pasado toda la mañana, peleándolo. En unos días volveré a mirar debajo del colchón, comprobaré que el polvo avanza como el fuego, rueda a mis espaldas. Él se resiste, me escribe cartas desde un pasado de pelo y manchas de vino. Cada día nos parecemos más, de ahí mi empeño en hacerle frente con jabón y dolor en los riñones. Olvidaos de Marte y la conquista del espacio. Limpiad debajo de la cama, la mejor manera de admitir una derrota. Gana siempre. Y con su vida extraterrestre me ilumino el rostro.

Ilustración: Guy Billout

El polvo

El polvo trajo nuevos colores al paisaje. La montaña dio paso a una duna sin alacranes y, entre medias, la luz se hizo mortero. También hoy el cielo se confunde con un plato de cocina, con mucho pimentón, fósforo y hierro pa’ los ojos. Viene bien entre tanto gris tirando a negro, remueve los puntos cardinales para recordarnos que el Sáhara termina en la Castellana y que una guerra a miles de kilómetros genera terror en el vientre de una madre de Los Palacios y Villafranca Así andan últimamente estos tiempos, entre la psicosis y la sobredosis de un cuadro expresionista. De lo abstracto ya se encarga el hombre, empeñado como siempre en acelerar el fin de un mundo dislocado.

Lo peor de este polvo no es el lodo. En todo caso el aire nuclear con muerte al fondo. En cuanto a los coches nada que decir salvo que, por fin, valen para algo. Un dedo, un contorno, un «lávame, guarro» y la sensación de que la calle puede ser todo lo que queramos salvo nuestra. Lo de limpiar ya es otra cosa. ¿Alguien sabe cómo sacarlo de casa si hace años que sólo practicamos el amor en vertical? ¡Que entre, por Dios! Resulta que esta arena roja absorbe el dióxido de carbono y alimenta a los peces más pequeños. Los humanos miran. Algunos sueñan con ovejas pardas.

Teja, cobre, un toque de arcilla y tigre. Así empieza el día para terminar en un fundido a negro. Resulta que son las tormentas las causantes. Quizás por eso llueve poco en este Madrid tan falto de vida y saturado de conciertos. Las especias llegaron del sur mientras el norte miraba hacia el este. Qué cosas. Para terminar el óleo pienso en un jinete cabalgando sobre un caballo color de plata y agua. Después aspiro la ventana, soplo esquirlas de polvo contra el atardecer. A esta realidad le sienta bien el maquillaje, sin duda.

Ilustración: Guy Billout