Si hay otros mundos ahí fuera están debajo de la cama. Nada que ver con monstruos o ventanas de tobillo para abajo. Porque entre la niebla, como si de un puente lejos del sueño se tratara, aparece el desperdicio, ese que va por dentro y no hace ruido, el importante. Bolígrafos de punta fina, monedas fosilizadas, parte de la tarima que sobró, piel, pendientes, pilas. Y sobre todo polvo, uno sin estrellas cerca, jerséis tejidos con ruecas sin memoria. Y ventilas. El portero saca la basura, pero el polvo se queda a vivir dentro del polvo, resiste las corrientes y el empeño de los hombres por dejar correr el tiempo. De la montaña a la casa, de la casa a un lugar de noche siempre.
Nadie vino del polvo acorralado, animal granítico. Las heridas son primas hermanas. Distinto tuétano, misma resistencia el paso de los días y el plumero. En polvo escribes, a sus dominios vuelves porque todo era y será polvo, incluso lo que ya dejó de ser, más polvo. Al sacudirlo, ¡dale, dale!, vuelve a la vida, se dispersa bajo la luz de canto donde la magia opera. Extraña trayectoria, arriba, a un lado, más abajo. Luego recupera su rincón como los gatos. Nada se puede hacer para evitarlo. Bueno, observar su trayectoria de copo de nieve sin épica, un truco.
Así he pasado toda la mañana, peleándolo. En unos días volveré a mirar debajo del colchón, comprobaré que el polvo avanza como el fuego, rueda a mis espaldas. Él se resiste, me escribe cartas desde un pasado de pelo y manchas de vino. Cada día nos parecemos más, de ahí mi empeño en hacerle frente con jabón y dolor en los riñones. Olvidaos de Marte y la conquista del espacio. Limpiad debajo de la cama, la mejor manera de admitir una derrota. Gana siempre. Y con su vida extraterrestre me ilumino el rostro.

Ilustración: Guy Billout