Morgan: la complicada sencillez de la emoción

No deja de ser una extraordinaria rareza que un grupo como Morgan, con sus canciones construidas sobre las notas blancas del piano, esos estribillos engarzados de igual manera que lo hace una brisa de viento en nuestro escaso pelo y ese grito callado de Nina, una «niña» que por más que busque su casa en las canciones sabe que las posibilidades de encontrarla son una suerte de quimera, se haya convertido un grupo que guste a muchos más que a unos pocos.

Porque justo cuando creíamos que en España solo había sitio para esos que se pierden el respeto a sí mismos a cambio de un presente y un futuro (financiero) estable, aparecen cinco músicos con la única pretensión de hacer música y de pronto, la chispa prende, se extiende por los campos de trigo y tiende una emboscada a la ciudad, tan acostumbrada a las luces de neón, al ruido y a la furia.

Las próxima semana, porque las cosas casi siempre ocurren por sorpresa aunque no queramos darnos cuenta de ello, tocan dos noches en el circo Price, lugar en el que podrás sentarte en uno de esos asientos de tacto aterciopelado, apoyar tus codos en el respaldo del asiento delantero y simplemente dejar que sus canciones te susurren cosas que ya sabías pero que nunca nadie antes te las había contado de esa forma, sencilla que no simple, como el que se recuesta a tu lado sobre la arena de la playa con el sol a media asta, justo antes de que todo se oscurezca, justo antes de que el tiempo te lleve lejos salvándolos a ellos.

Enhorabuena.