Quiero quemar la bandera de España

El Tribunal Constitucional concluye que quemar la bandera de España es delito. Establecido el reñido veredicto comienzan las preguntas al aire que la mece: ¿qué tamaño debe de tener la bandera en cuestión? ¿Computan todas las banderas incluidas las que adornan un palillo pinchando una aceituna? ¿Se considera bandera un folio pintado de rojo y gualda con un Bic? ¿Y si en lugar del doble de ancho el amarillo fuera algo más fino que la piel de esos compatriotas que se jactan de la hazaña? ¿Y en el caso de grabar el hecho delictivo con un filtro verde o sirviera para encender un fuego en la noche? ¿Y si Antonio Banderas se prendiera a lo gonzo también sería arrestado por ultrajes? La justicia lo tiene claro y el pueblo, pendiente de la corrupción como credo y un futuro en el desagüe, intenta establecer a quienes representan unos colores cada vez más huecos.

Porque la gresca comienza cuando los símbolos, construcciones fieramente humanas que establecen una relación identitaria con una realidad, generalmente abstracta, a la que evocan o representan, son erigidos en el epicentro de las vidas de unos hombres que, paradójicamente, discurren al margen de colores y fronteras, más bien apegadas al terruño que les proporciona pan y al sol peinando las fachadas de sus casas. Es ahora, cuando la ley se aplica con humo de por medio, cuando a uno le entran ganas de sacarla al balcón —¿alguien sabe dónde se venden?— y acercarle el mechero con el único afán de demostrar qué ocurre. La respuesta es tan decepcionante como demoledora: nada.

Así le van poniendo cerco a la vida, comenzando por lo abstracto e intangible —bien podría ser azul y verde o sólo roja— para después penar la desafección. Y es que así nos sentimos la mitad de los que merodean por este país, partidarios de que cada uno enarbole su bandera, la suya propia, pero una de música y teatro, de vino, versos o ropa tendida agitándose en el vacío de las horas que perdemos peleando. Por eso Mariana Pineda lo decía tan alto por boca de Federico: «En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida». Pues eso.

Ilustración: Tishk Barzanji